Flor negra, flor de luto. Once flores al día, cada día. Once mujeres muertas por día. Ni marcha, ni madres, ni nada: no hay absolutamente nada más audible, sensible o importante que cientos, miles, cientos de miles, la suma que sigue sumando la piel de México ensangrentado y nada ni nadie lo explica, entiende o evita.
La bestia en turno es ingeniero y mañana licenciado o albañil, arquitecto o farmacéutico, sacerdote, rey de bastos, polizón. La bestia en turno desolló a una mujer de 25 años, arrancándole los ojos y tirando sus órganos entre sollozos de “miedo y vergüenza” y no es la demencia del enfermo ni la locura desatada ni el delirio delictivo sino la ira callada que se filtra en la saliva de todo hombre que minimice, ponga en duda, descarte o desconsidere el hecho horrible de la sangre recurrente, la misma sangre once veces al día de todos los días y el sinsentido de no poder ni poner en palabras el asco y repudio, sabiendo que no hay un solo hombre que logre entender lo que siente y significa para toda mujer la violencia consuetudinaria y compartida, el cuchillo que el cobarde asegura haber sido esgrimido en su contra como justificación para su carnicería.
Propongo el silencio que no calla; es decir, no callar en el empeño colectivo que busca la urgente justicia, al tiempo que subrayemos el silencio sinónimo de respeto. Silencio ante la perorata operativa, la alternativa ejecutiva, el placebo dilatorio, los murmullos de la distracción y el chisme. Silencio de tumba para tanta flor de luto, cada hora, once o doce veces al día, cada día que ya son meses en años. Silencio a la imbecilidad de volver protagonista arrepentido al verdugo ensangrentado y que se calle la jauría que suma y sigue sin considerar que cada víctima tiene nombre y apellidos incluso después de muertas.
Propongo una flor de luto para los deudos y para uno de los estupefactos espectadores de esta y todas las desgracias inimaginables; flor de luto para la solapa de los que informan y los que mienten, para quienes dan por hecho las tragedias como lunares irremediables de la realidad y flor de luto para quienes hacen caso omiso.
Doy por supuesto que toda sobremesa y más de una tertulia pueden ocuparse en la ponderación del clima, la biografía de un atleta o la mula de seis, y doy por supuesto que la cultura del meme y los mensajes en pocos caracteres hipnotizan la mirada de millones de mentes creativas que huyen u obvian tanta nota de sangre roja; es sabido que todo mundo se formula escepticismos en torno a la redondez de la Tierra, los viajes de Colón, la gabardina de una activista naturista y las rencillas en torno a cualquier fama de pantallas varias, pero sugiero silencio ante la muerte de una cuando son todas, el asesinato despiadado de una mujer desojada por su pareja que la desuella; silencio callado ante todo el que desoye la mínima piedad de la razón, el ínfimo gramo del corazón compartido que simplemente no tiene por qué seguir esgrimiendo la muerte como una forma de vida.
Calla flor de luto que cada pétalo sea silencio sobre la fría lápida que llevamos en la frente cada vez que se confirma la desidia, dilación o verborrea con la que se evita enfrentar de tajo y cuajo este telón necio de sangre constante, este paisaje irracional y desquiciado que no duele por capricho ni distrae por elección: duele porque sangra, sangramos, sangran, ellas, esas, todas, una, nosotros.
Muerte prójima, próxima asesinada; horror impune, tragedia que parece siempre ajena; once pétalos al día, jardín invisible que hace sombra a tantas cosas buenas porque el lado oscuro de todos los soles no puede ocultar las llamas de su dolor, la deuda del vacío, la inmensa infamia que une a cómplices innombrables. Prójima muerta, asesinadas cada vez más próximas, cada vez más cerca de los nidos o nichos supuestamente asépticos o ajenos a las garras del hampa, los reinos del Mal con mayúscula. Muerta prójima, tan próxima que tu nombre es ya el nombre que se repite once o doce veces al día todos los días de cada año.
No quiero intentar hilar más palabras. Silencio y me arrodillo de lejos sobre la lápida callada. La indignación ya no tiene más sabor que la hiel, contra todos los victimarios y los que comparten o lucran con las imágenes de la muerte, de las muertas, once al día todos los días.