Hace casi cuatro décadas la mujer de la que enamoré me prestó su ejemplar de El engranaje de Jean Paul Sartre. Lo leí de pie, acostado, en los autobuses que llamaban ballenas sobre la Avenida de los Insurgentes… y en la fila de las tortillas, la fila de un cine que ofrecía “Permanencia voluntaria”, la fila de los tacos al pastor que se cobraban contando el trozo de papel donde se envolvía el manjar. Puras filas. Quizá por eso, la mirada ya se me andaba extraviando en armonía con el estrabismo de Sartre y de ese libro se me tatuó en la mente “La suerte está echada”, por tanta lectura y relectura hipnótica haciendo colas en las dos universidades donde deambulaba con el libro bajo el brazo, en las tortas Don Polo, en la cola de los bancos y la larguísima cola de los supermercados cuando las cajeras tenían que teclear digito a digito los precios porque aún no se inventaba el código de barras. Sobre todo, consta que me grabé “La suerte está echada” porque de una esotérica manera el agua de azar provocaría las posteriores mudanzas y descalabros con los que el ejemplar volvió a manos de su dueña, cuando yo tuve que buscar otros techos.
Eve y Pierre se conocen haciendo cola. Son dos almas que acaban de morir y sin embargo, hacen fila invisibles en este mismo mundo. Sartre cuajó el cuentazo a partir del título mismo, pues Pierre ya etéreo descubre que murió asesinado a traición y no en accidentadas circunstancias de su militancia sindical, mientras que Eve se entera detalladamente que fue envenenada por su marido, que además de cobrar un jugoso seguro con su vida pretende ligarse a su hermana.
Eve y Pierre, dos almas que sin ser vistas hacen la fila de los muertos que nos contemplan desde una dimensión donde todas las mentiras y simulacros pierden sus terciopelos y la sórdida mordida del tiempo pone en un lugar interesante a las dicotomías que nos enredan la conciencia diaria: ¿realmente vale la pena saber los desenlaces, la nómina de las culpas y culpables? ¿ya está echada la suerte del caudal de azares y circunstancias que no alteran nuestro destino? Parece que releo el cuento en la fila del oxígeno y en la madrugada en vilo en la que creo rezar por todos los contagiados de la Peste y en el silencio con el que vuelve el mar a mis párpados en el instante en que una mujer me enamoró con todos los sentidos y además, la lectura de un libro.