Cultura

Elogio del ojo

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De no contar con el ojo derecho pensaba concentrarme en releer El vizconde demediado de Italo Calvino, Los ojos de la mente de Oliver Sacks y simular la visión entera con improvisaciones y, desde luego, no tener que dar palos de ciego. Pensaba en Borges que recibió las sombras ya muy entrado en años, entre herencia y el azar de un ventanazo y en el color amarillo y lentamente fui aquilatando lo mucho que le debo al ojo derecho y evocaba a mi adorado maestro Don Luis, que sorteó los últimos años de su vida con un parche de pirata que lo defendía de tanto corsario.

De completar la biografía pendiente del habitante de mi cuerpo habría que subrayar las no pocas ocasiones en que el párpado que cubre mi ojo derecho fue principal víctima de golpes o antesala de descalabros, al tiempo que parece ser el lado más fotografiado durante mi infancia. Es la órbita que con mayor frecuencia ha revisado el valor de la letra pequeña en ciertos documentos y la que analiza –como no lo hace el izquierdo– los micrométricos dibujos en la lupa; es el ojo que prefiere los telescopios y el que normalmente veía por el obturador de las cámaras antiguas, dejando cerrado el izquierdo. Parece entonces que he desdeñado el ojo siniestro por encima de las muchas gracias que le debo al derecho y supongo que de no contar con alguno de los dos, la amenaza de perder el derecho parecía más una metáfora que consecuencia de ictus.

Lo cierto es que, por derecho, el ojo de ese lado carga la suerte y fija el temple, acompaña la embestida y siempre cita de frente, mientras que el izquierdo es la clave para el desdén y la mira perfecta para el soslayo o refilón. El derecho es el ojo donde la vista parece hablar sin la saliva que a veces obnubila al izquierdo y suele ser más llorón en las tristezas. Sobre todo en mis duelos, he notado que el ojo derecho se enluta y nubla con mayores sombras que el izquierdo que a menudo se distrae y tiende a un efímero estrabismo en ciertas fotografías donde parece que he mantenido su mira al garabato, al mismo tiempo que a los gatos.

Con todo, escribo este elogio para celebrar que ambos ojos me permiten ver claramente un jueves más del agua del azar, a través de la gasa casi transparente de las preocupaciones y pendientes… pulpa que solo se desenmaraña con el anhelo de una clara visión.

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Jorge F. Hernández
  • Jorge F. Hernández
  • Escritor, académico e historiador, ganó el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández por Noche de ronda, y quedó finalista del Premio Alfaguara de Novela con La emperatriz de Lavapiés. Es autor también de Réquiem para un ángel, Un montón de piedras, Un bosque flotante y Cochabamba. Publica los jueves cada 15 días su columna Agua de azar.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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