JORGE F. HERNÁNDEZ
Por un azar más de libros que de agenda, he vuelto a caminar la madrugada de Madrid. Todas las calles vacías, la luz brumosa de noche desvelada, el silencio absoluto y un gato que nunca falta que se esconde de la Luna. Nadie, absolutamente en las plazas vacías, recién regadas por fantasmas que se esfuman y nadie, absolutamente nadie en las calles que serpentean todos los siglos posibles.
En los labios se filtra la música callada de la felicidad, de lecturas pasadas en blanco y negro o películas viejas donde se quiebran los diálogos contra la pantalla invisible. Por allá unas luces revelan que hay algunos de fiesta y otros en discusión, por ese callejón estrecho se quedó la sombra de nadie y la voz de todos. Hablo de voces que se quedaron plasmadas en los muros y el engaño de las torres con campanas mudas… la sombra flota satisfecha como si acabase de cuajar un párrafo perfecto, unas páginas que han triunfado en boca de los demás y el enésimo libro que merece guardarse en el estante entrañable.
Camino la noche que tantas veces anduve mareado, perdido… ahora con una lucidez de sobriedad serena, aunque los sueños se renuevan sin el sabor amargo del dolor o la desidia. Camino sobrio el sendero a media luz de la madrugada de Madrid subrayando que uno no va solo, que se acompaña de manera mágica e inexplicable… que parece amanecer con muchas horas de antelación, que no he calculado los horarios de otros paisajes y me he quedado prendado del sueño despierto de un paseo por todas las calles que suben y bajan para anclarse en el barrio de Lavapiés, evocar una novela y toda una vida, donde pasan las horas para que sin decírselo a Nadie, uno recuerda ser Alguien.
Jorge F. Hernández