Tocar el cuerpo de alguien con el pensamiento: un verdadero desafío en esta era de la corrección política, porque se trata de un abuso que queda fuera del radar.
Leonard Cohen nos regaló esta imagen en su canción “Suzanne”: ella ofrece té y naranjas, en su casa que está cerca del río Saint-Laurent, mientras él toca, con el pensamiento, su cuerpo perfecto (touched her perfect body with your mind).

“Tocar con el pensamiento y pensar con el cuerpo”, propone Octavio Paz en su libro Corriente alterna y desvía así la idea de Cohen que no piensa el cuerpo de Suzanne sino que lo desea. O quizá es que el deseo es el pensamiento que se incendia.
Sólo puede tocarse un cuerpo con el permiso de quien lo habita, de otra forma incurriremos en un delito sexual. Pero al tocarlo con el pensamiento, como hace el personaje que desea a Suzanne, nos desplazamos fuera del código penal para integrarnos en la contemplación que, como nos enseña san Juan de la Cruz, ha de ser “oscura, secreta, amorosa”. Tocar el cuerpo de Suzanne con el pensamiento es, precisamente, un acto oscuro, secreto y amoroso. Con el acento en lo amoroso, me parece, pues lo oscuro y lo secreto ya van incluidos en la bóveda craneana.
Estoy proponiendo a Suzanne como un arquetipo, pero cada quien sabrá a quién toca o quiere tocar con el pensamiento. Rehuir eso es imposible, todos tenemos ese tacto y repudiarlo sería tanto como acallar el temblor místico que se siente cuando estamos en medio de un bosque o frente a un horizonte vasto e inacabable.
San Juan de la Cruz nos presenta, en su inquietante Cántico, el tránsito de los “arrabales del sentido” a la “música callada y soledad sonora”, que bien podría ser el mismo que hay entre tocar con la mano o hacerlo con el pensamiento. Sin soslayar, desde luego, la delicia de los arrabales del sentido.
Pero tocar con el pensamiento no es lo mismo que imaginar; se imagina en la oscuridad de la bóveda y, en cambio, quien toca con el pensamiento establece un vínculo físico, un hilo de luz, una descarga eléctrica que va de sus ojos al cuerpo perfecto de Suzanne.