Con más de siglo y medio de historia, no obstante el flujo de mexicanos hacia Estados Unidos se recrudeció a partir de 1986 cuando México se integró al Acuerdo General sobre Comercio y Aranceles (el famoso GATT). Desde entonces a la fecha, en plena era de la "buena nueva" del libre comercio (neoliberalismo), la población de origen mexicano en suelo estadounidense pasó de 8 millones 800 mil a 34.6 millones.
De manera notable, desde 1994, año en que el capitalismo salvaje se agudizó y se promovió como una de las grandes fuentes de la verdad infalible (mezcla de Escrituras Sagradas con la precisión matemática de las esferas galácticas, y firmas de telecés a diestra y siniestra) el torrente ha sido imparable, logrando la cuadruplicación del fenómeno (12 millones se fueron).
Si algún país en el mundo ha protagonizado una "diáspora" a grandes escalas en las últimas décadas (y sin conflictos bélicos) ese ha sido el nuestro (tan sólo California y Texas suman más de 19 millones).
Se trata de una versión totalmente al revés del Tratado de Guadalupe-Hidalgo por el cual Estados Unidos pagó 15 millones de dólares (y en abonos) por hacerse de más de la mitad del territorio mexicano en 1848 (justo el 2 de febrero pasado se cumplió un infeliz aniversario más, no objeto de ceremonias oficiales en un país donde muchas desgracias y gloriosas derrotas forman parte del calendario cívico), al que luego sumó La Mesilla mediante 10 millones de pesos que, dicen, fueron para los chuchulucos del caudillo López de Santa Anna.
Con aires de espíritu liberal del Siglo XIX, se diría que se ha tomado desquite con una ocupación sigilosa y calculada (sin pagar un sólo dólar ni firmar tratados) pues si el problema de la mutilación del territorio tuvo en la demografía (además de la codicia) uno de sus elementos vitales (estaba despoblada esa parte) hoy con ese mismo elemento se devuelve la cortesía.
Claro que no es lo mismo ser recibido y tratado como un conquistador (ni siquiera como el "Patrio" Joaquín Murrieta, el Robin Hood de El Dorado, mexicano desfacedor de entuertos en las minas californianas, símbolo de resistencia ante la depredación) que como un delincuente, un desterrado objeto de persecución permanente.
Y todo por salarios de miserable sobrevivencia ("80 por ciento más baratos que la mano de obra de Estados Unidos y muy buenos para el trabajo", se jactan los explotadores empresarios de aquél lado, que por eso salen en defensa de los migrantes).
Expulsados del paraíso neoliberal, los desterrados ven cómo los promotores de la devastación globalizadora no acusan recibo de los efectos e hipócritamente se lamentan de proyectos de muros pero, en el colmo fundamentalista, sólo ofrecen más "reformas estructurales", "apertura", con sus comedores populares y todo el infortunio que eso ha significado. No han entendido.