Durante poco más de dos décadas el país ha sobrevivido al trauma provocado por espectros financieros que, diseñados para un fin "elevado", tuvieron otro, muy cruel. Se pasó de un breve período de euforia a un prolongado ciclo de miseria y de terror (la constante de la época, si de economía se trata).
Así sucedió con los tristemente célebres Tesobonos, creados por decreto presidencial en junio de 1989 durante la salvaje ola neoliberal de Carlos Salinas de Gortari con varios objetivos, entre ellos el de brindar protección contra riesgos cambiarios.
"...Propiciaron confianza entre los inversionistas...Al operar con Tesobonos esos inversionistas evitaban el riesgo cambiario", afirmó el ex mandatario en el farragoso texto "México, un paso difícil a la modernidad", (Plaza&Janes, p. 1086).
La historia es conocida: la codicia y el lucro siempre contarán con "pequeños imprevistos" como coartadas (desde un asesinato político hasta el copete tuitero del actual huésped de la Casa Blanca- no la de Las Lomas, sino la de Estados Unidos-) para ocultar su "espíritu animal" pues, al final, ahí estará "Papá gobierno" para rescatarlos, vía impuestos ciudadanos.
Pues bien, está visto que entre gobernantes prevalece la rara propensión al autoengaño y apenas puesto en marcha en esta semana, el gobernador del Banco de México, Agustín Carstens y varios comentaristas han expresado su entusiasmo por el programa de coberturas cambiarías ya que, dicen, se ha cumplido el objetivo "de aminorar el impacto de la volatilidad en el mercado cambiario" y, más, decretaron el fin de la "incertidumbre". ¿En serio?
Es verdad que este "sistema de flotación administrada" (Salinas, dixit, p. 1071) no tiene metas ambiciosas como la de fomentar la inversión productiva (será especulativa, sin duda), el crecimiento y, como punto culminante, el bienestar de los mexicanos, sino más bien causas imposibles: contener a los especuladores.
Las Coberturas de Riesgo son una variante de los Tesobonos, una innovación más para las alforjas de la irracionalidad sin camisas de fuerza.
Es cierto que está vez hay más reservas de dólares y el instrumento no está indexado al dólar sino al peso que, sobra decir, durante buena parte de este sexenio, pero sobre todo en los últimos dos años, ha sufrido ataques especulativos ya a la alza o a la baja (más a la primera que a la segunda) pero con un fin evidente: la ganancia rápida y fácil.
Ayer fue el petróleo, luego el Brexit británico, después Trump y al último la mala relación con el gobierno de éste. ¿A qué o a quién se va a responsabilizar si la doctrina falla por enésima ocasión?
La necedad financiera tiene más de ocho siglos, como probaron los economistas Carmen H. Reinhart y Kennett S. Rogoff, de quienes es obligado retomar la pregunta fundamental de sus estudios: ¿en qué es distinto esta vez?