En mi vida he conocido muchas personas que luchan públicamente por algún movimiento social.
Otras veces, aunque no tan comunes, he conocido hombres que deciden activamente tomar partido y apoyar al sistema patriarcal.
Todas las personas necesitamos de un sentido de pertenencia y estar cerca de gente que comparta nuestros gustos y opiniones.
En conjunto, se hace más fácil protegernos y ayudar al prójimo, pero también es más fácil condenar.
Si al grupo le gusta la misma música es más fácil compartir un viaje en auto; si tenemos la misma escala de valores es más fácil convenir en qué es “lo mejor”.
En ocasiones, los grupos comparten ideas sobre cómo combatir el cambio climático, y algunos otros encuentran apoyo a sus ideas radicales como la “supremacía racial”.
Algunos hombres defienden el sistema tradicional (y sus exigencias inalcanzables de belleza) por el falso entendimiento de que éste les beneficia, pues el mantener una identidad genérica masculina les promete beneficios: sexo y parejas sexuales, desarrollo profesional, prestigio, éxito, plenitud.
Y aunque pocas veces se cumple, es siempre a cambio de sus relaciones interpersonales.
El ejemplo más reciente abogaba: “¿Quién nos va a defender a los hombres musculosos?” apuntándose así como un defensor, y condenaba: “¿ya entrenaron hoy, o seguirán romantizando la grasa abdominal?”.
En su búsqueda desesperada y silenciosa por pertenecer a un grupo de apoyo, no advierten que la sociedad patriarcal no ofrece válvula de escape para los sentimientos y la presión que ésta misma ejerce sobre todas las personas.
No saben que muchas mujeres y hombres hemos encontrado ese espacio de acompañamiento, conexión y sanación que todos necesitamos gracias a las luchas sociales.
Que el feminismo lucha por la igualdad para todas las personas.
Es la lucha que abarca todas las luchas. Una por una sociedad sin musculofobia, ni gordofobia, ni feminicidios, ni homicidios.
Con espacios para que todos sanemos, pues “el patriarcado ha dañado tan profundamente a las mujeres, como a los hombres.” - Marion Woodman (2004).
@incidefemme
