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Sueños de trenes: melancolía y soledad ante el progreso

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  • Sueños de trenes: melancolía y soledad ante el progreso
  • Jessica Ayala Barbosa

¿Qué es una vida de 80 años, con sus alegrías y tragedias, comparada con la edad de la Tierra? La pregunta flota en la atmósfera de Sueños de trenes (Train Dreams, 2025), adaptación de la novela homónima de 2011 de Denis Johnson, dirigida por Clint Bentley a partir de un guion que escribió junto a Greg Kwedar.

Joel Edgerton da vida a Robert Grainier, un huérfano de orígenes desconocidos que termina en las inmediaciones de un pueblo de Idaho en los albores del siglo XX. Ahí crece consternado por la hostilidad de su entorno e impresionado por las transformaciones del noroeste del Pacífico de Estados Unidos, hasta que, llegado el momento, se integra como leñador a la fuerza laboral que impulsa el imparable progreso de la región.

Su solitaria vida se ilumina cuando conoce a Gladys, encarnada por Felicity Jones, con quien decide construir un idílico hogar frente al río. Pronto tienen una hija y la felicidad parece completa; sin embargo, su trabajo en el tendido de las vías férreas lo lleva lejos de casa por largas temporadas.

Mientras se pierde el crecimiento de su bebé, Robert va cobrando conciencia de los riesgos que enfrenta al atestiguar la muerte de sus colegas en diversas circunstancias y un miedo a no poder regresar con su familia se apodera de él. Con ayuda de Gladys traza un plan para quedarse en casa. Sólo hace falta un último viaje para contar con los fondos necesarios. Con ese sueño en mente Robert parte de nuevo. ¿Será realmente la última vez?

Sueños de trenes es una película contemplativa, con claras reminiscencias del estilo de Terrence Malick. La línea narrativa correspondiente al presente del personaje principal es asaltada constantemente por imágenes evocativas u oníricas donde los recuerdos, los miedos, las culpas y los anhelos se entremezclan y adquieren un aire fantasmal o premonitorio.

Las imágenes y las sobrias pero muy solventes actuaciones son capaces de despertar las reflexiones que conforman el corazón de la historia, así como la empatía hacia Grainier, de modo que resulta cuestionable la decisión de acompañarlas con la voz en off y diálogos sobrexplicativos.

Llama también la atención el énfasis en una conciencia ambiental expresada en algunos parlamentos, un tanto anacrónica respecto a la época narrada, cuya lógica de progreso —lo sabemos— poco o nada se detenía a considerar la preservación de los recursos naturales.

Me pregunto si estos elementos serán una decisión creativa de Bentley o son una imposición de Netflix. En la red circulan algunos artículos que aseguran que la plataforma está pidiendo a sus guionistas que los personajes digan lo que están haciendo, ya que muchos usuarios usan su contenido como fondo de su vida diaria, el objetivo, entonces, es que no pierdan detalle mientras planchan la ropa o lavan los trastes, de modo que las sutilezas del lenguaje cinematográfico salen sobrando.

Imagino que a un sector del público estas decisiones le ayudarán a conectar con una historia que, de otro modo, abandonarían fácilmente, por considerarla lenta o aburrida, pero en lo personal, estoy convencida de que Sueño de trenes sería una película más redonda y poética si prescindiera de esos recursos narrativos.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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