“Yo no tengo ninguna intención de sacrificar mi vida, mi tiempo, mi libertad y la adolescencia de mis hijas, así como a su derecho de estudiar adecuadamente, por quienes se niegan a vacunarse. Esta vez se queda usted en casa, no nosotros”, luego de estas palabras de Emmanuel Macron, un millón de franceses entraron al portal de vacunación de Francia para vacunarse contra el COVID, en un episodio más de una pandemia que parece no doblarse.
Sin embargo, en Francia, la Francia vibrante y llena de tecnología y civismo, la Francia de Louis Pasteur, parece dar pasos hacia la vacunación obligatoria. El diagnóstico de aquel país sobre los alcances catastróficos que tiene para la economía y sobre todo, para la vida de las personas, la enfermedad que ha cobrado millones de vidas en el mundo, es claro.
La vida normal de los cafés y las largas charlas, de la ciudad bulliciosa y sus paseos de locales y extranjeros, el carácter francés de la importancia que tiene hablar y convivir, no es compatible con el confinamiento y la sana distancia, y entonces, la política pública se aparece y Macron, en un largo discurso establece las condiciones en las que lo importante es que la gente pueda hacer, en la medida de lo posible, una vida como la de antes.
Quienes no se vacunen, no podrán ir a cafés o al cine, subirse a trenes o aviones, ni entrar a museos. Ahora tendrán que mantener estricta disciplina para hacerse pruebas de PCR que a partir de los siguientes días dejarán de ser gratuitas. Para personal médico, enfermeros y todos aquellos que trabajan con personas “frágiles” como lo denominó Macron, tendrán por obligación que estar vacunados, sin ninguna excusa, o podrían perder su trabajo. “No podemos hacer que quienes tienen el sentido cívico de vacunarse carguen con la carga de los inconvenientes” y en ese camino se apunta todo un nuevo derrotero para las políticas públicas de salud, no solo como un derecho sino como una obligación.
Esta visión, sin duda, será motivo de un gran debate, pero hace sentido cuando al final se evalúan las pérdidas reales de lo que ha venido sucediendo no solo en los funerales de millones y en los hospitales saturados, sino en el estado de ánimo de una generación que parecía predestinada a la movilidad infinita y veloz y se ha tenido que quedar en casa.
No es cosa menor observar lo que está sucediendo en México, donde si bien la vacunación ha avanzado para adultos mayores, los números siguen siendo insuficientes. Estados como Sinaloa, donde a nadie le ha importado la pandemia, han regresado al semáforo rojo; el Estado de México vuelve a amarillo y lo hace a pesar de múltiples esfuerzos ante la realidad de no volver a cerrar la economía.
“Las restricciones pesarán sobre otros, aquellos que por razones incomprensibles, en el país de Pasteur, la ciencia y la ilustración, todavía dudan en usar la única arma disponible contra la pandemia: la vacuna.” De esta forma, Macron les dice a sus ciudadanos que el sentido del deber apunta a vacunarse, y la oferta es clara: la vacunación masiva, universal, es el boleto de regreso a la vida que nos gusta a todos. La de la máscara, la sana distancia y quedarse en casa, de normalidad no tiene nada. Por eso los países tienen que lograr vacunar a todos sus ciudadanos y estos deben hacerlo, así de fácil.
Por otro lado, un aspecto fundamental en todo este proceso de inoculación, descansa en los registros de quienes ya han recibido la vacuna. El posible y deseado control sobre este virus y los que vendrán, tendrá en los registros de vacunación y en las reacciones de las personas han recibido dicho antígeno un importante cúmulo de información y datos para estar mejor preparados para esta clase de emergencias, que desafortunadamente serán cada vez más frecuentes.
Yo no deseo ni tengo interés en alterar o influir en el sistema de creencias de nadie, sin embargo, considero que negarse a recibir una vacuna, dado el terrible momento por el que estamos pasando, es un actitud sumamente egoísta. Tenemos que pensar más en comunidad, apoyarnos unos a otros. El mensaje de Macron a sus connacionales fue contundente: apela a la empatía y la responsabilidad que tenemos con el otro.
Vacunarse es una suerte de salvoconducto de esta pesadilla, no nos librará del todo de esta y otras enfermedades, pero sin duda mitigará sus devastadores efectos. Por un mínimo sentido de humanidad, vacunémonos.
Javier García Bejos