Las crisis siempre ponen de manifiesto los grandes pendientes de los países. Situaciones poco previsibles, como la actual pandemia del COVID-19, nos arrojan de pronto a reconocer realidades que resultan preocupantes y dolorosas. En ese sentido, 850 millones de niños no pueden asistir a su escuela por el aislamiento social; tan sólo en Latinoamérica, 150 millones de niños están en sus casas y la realidad, para la gran mayoría de ellos, es que el ciclo escolar ha terminado. La educación a distancia solamente es posible cuando los niños tienen acceso a dispositivos electrónicos y a red Wifi, y cuando los sistemas públicos de educación pueden preparar a sus profesores con tecnologías y capacitación que les permitan convertirla en una alternativa viable.
La desigualdad en ese sentido es relevante: esta semana los niños que atienden escuelas privadas tuvieron clases, pero los niños de las escuelas públicas tuvieron que, en su gran mayoría, asimilar que no tienen ninguna alternativa para continuar sus estudios. Presenciar la educación a distancia en donde los protagonistas son niños y jóvenes es, de entrada, un salto al futuro inimaginable. En una aplicación, profesores y alumnos logran comunicarse con solvencia, compartir documentos, grabar y enviar videos, observar presentaciones y realizar sus evaluaciones.
Los niños de esta generación entienden todo lo digital como parte de su vida cotidiana, por lo que resuelven sin problema desafíos cibernéticos y de conectividad, que a muchos nos parece cuando menos complejo. El esfuerzo de los maestros es a su vez sorprendente, porque ellos entienden menos la tecnología que sus alumnos, pero hacen un esfuerzo real por interesar a los niños y jóvenes, y entonces convierten la arena digital en una gran aula en donde el conocimiento se expande a una velocidad impresionante. Basta solo ver la biblioteca infinita que es el internet y sus recursos, lo que constituye una plataforma de conocimiento que disfruta la generación más preparada de la historia, y que bien direccionada, es la cuna del emprendimiento, característica de la economía de nuestros días.
El contraste entre unas capacidades y otras, las de quienes tienen conectividad y quienes no, se podría convertir en la más profunda desigualdad del mundo en el futuro, por lo que es deseable y además posible desplegar políticas públicas que comprometan recursos para eliminar esta amenazante brecha. En el siglo XXI, el mundo híper-conectado no debería dejar a nadie atrás, y menos a sus protagonistas, los niños y jóvenes que requerirán como infraestructura escolar básica no grandes salones ni planteles, sino computadoras y conexión disponible a la red. De eso se trata el presente y de eso dependerá el futuro.