Esta semana el presidente de China, Xi Jinping, visitó Moscú y sostuvo un encuentro con su homólogo ruso, Vladimir Putin. La reunión llamó la atención sobre todo por el ánimo conciliador que motivó al mandatario chino a hacerla y que tiene que ver con el fin de las hostilidades en Ucrania.
Es improbable que la guerra que enfrenta a Rusia con Ucrania concluya pronto, pero para nada es irrelevante que sea el mismo Xi Jinping quien tomé la iniciativa para que Moscú se planteé un alto al fuego. Aunque en declaraciones y en artículos publicados por el propio Jinping no se han utilizado términos como “guerra” o “paz”, el delicado uso de pleonasmos de igual forma manda un mensaje claro a Occidente y a Estados Unidos: ustedes ya no son los únicos con capacidad para decidir qué se hace y qué no en el mapa geopolítico global.
Todo esto coincide con la reciente elección de Jinping para un tercer mandato y con el fin al asilamiento casi total que China se autoimpuso tras la emergencia del Covid y con la adopción del yuan como moneda comercial por parte de Rusia, ubicándose así bajo la esfera de influencia del país asiático.
Además, la estrategia del líder chino no se limita al Kremlin, puesto que también tiene prevista una reunión virtual con Zelenski cobijada por un plan de 12 puntos, que si bien no es como tal un acuerdo de paz, si pretende fungir como un antecedente, al establecer corredores humanitarios y el restablecimiento de las principales actividades económicas y comerciales del país, algo que a Zelenski, desde luego, no le desagrada, sobre todo si tomamos en cuenta lo ineficaz que ha sido la actuación del bloque occidental en este asunto.
Y aquí viene la otra cara de la moneda, puesto que Washington y la Unión Europea, como no podía ser de otra forma, ven con suspicacia la agenda de Jinping y sus llamados a la diplomacia y a la negociación, con posicionamientos tan solemnes como el de que “China no está interesada en enfrentarse con el mundo”.
De una cosa no hay duda, Estados Unidos y sus aliados están hoy más que nunca preocupados por el futuro de su hegemonía global y tan es así que los restricciones a aplicaciones tan populares como TikTok y el llamado a una menor dependencia de la tecnología producida en el gigante asiático, son solo la punta del iceberg de una estrategia orientada a detener al dragón rojo que no está dispuesto a ceder ni un milímetro del terreno que ya ha ganado.
Estamos pues ante el escenario de una inevitable reconfiguración del mapa geopolítico global en el que Occidente va a tener que aprender a compartir el pastel porque existe un grupo de invitados que ya no están dispuestos a recibir migajas y mucho menos a ser simples invitados en la repartición del mundo. Tal cual.