Me pareció muy mala onda que a Margarita Zavala, la más progresista y open mind desde la madre Conchita, fuera sometida al abucheo y al pitorreo en la Cámara de diputeibols, peor que si fuera Karla Panini bajándole el marido a su amiga lavandera. O sea, cualquiera diría que se trataba del fin de sexenio de su notabilísimo maridito, donde la pareja salió corriendo de Los Pinos a riesgo de ser bañados con jabón del Tío Nacho.
Es que el calderonato fue tan democrático como esa reunión de intelectuales y periodistas de la “Eh, la BOA”, donde la única voz discordante ha sido la de Julio Astillero, quién a falta de pruebas negó la existencia de un compló de la Cuarta transformeichon contra la libertad de expresión. Algo muy parecido a esas mesas donde los puros machos hablan sobre la mujer y sus derechos reproductivos.
Como quiera que sea, hay que reconocer que la ex primera dama tampoco se ayuda para quitarse la pesada losa de la animadversión. Ya le he sugerido que marque su sana distancia con el expresichente Jelipillo que es un lastre y una monserga, y peor cuando trata de ganar rating elogiándolo como si fuera Kennedy. Entre más quiere colocarlo en un pedestal, las palomas más le dejan caer sus deyecciones.
El gobierno de Calderón me recuerda mucho a Ernesto Zedillo Jr, quien en su papel de mirrey feliz no solo mandó madrear a la gente de la banda U2 porque no lo dejaron cantar la de “With or whitout you” al ritmo del “Mariachi loco”, sino que también abandonó a la actriz Erika Buenfil sin ningún apoyo para su hijo, alegando que “No traigo cash”, de la misma manera en que su padre dejó a México ensartado con el Fobaproa.
Como quiera que sea, Margarita ya debe estar harta de que le sigan echando en cara el trágico caso de la Guardería ABC. Así, aunque hayan pasado más de mil años, muchos más, todavía podría ir con las familias por las que no tuvo ningún asomo de piedad para ofrecerles jugosas becas a sus hijos, más y mejores apoyos médicos, y de paso mandar al tambo a su parienta dueña de la guardería que estuvo gozando de la protección presidencial. Eso sí coadyuvaría en favor de su causa.
Y finalmente, Margarita debe de resistir a la tentación de querer ser como Lilli Ledy Téllez, voxistas e intolerantita, a riesgo de quedar como la señora Rabadán y la dotora Dresser. Aléjese y cuénteselo a quien más confianza le tenga, y no ande como ella regalando libros que a leguas se ve que no ha leído.
Jairo Calixto Albarrán