Cultura

Un mundo de juguetes

En aquellos tiempos México era uno de los cinco países productores de juguete en el mundo. En la colonia Doctores, mientras tanto, se formaba una familia de origen japonés, los Yuichi Shimizu Kinoshita, propietaria de una tienda donde uno de los hijos, Roberto, era feliz mientras guardaba un tesoro.

Entonces, de la colección del padre y lo que almacenaba su hijo, nacería un museo, conocido como Museo del Juguete Antiguo México, que tiene alrededor de 40 mil piezas y otras tantas que se multiplican en las bodegas de un edificio marcado con el número 15 de la calle Doctor Olvera.

La pareja japonesa vivía en la avenida Niño Perdido, hoy Eje Central, y pusieron una tienda, papelería y juguetería donde, en mayo de 1945, nació Roberto; más tarde, finales de los 50, el padre, Yukihiro Kaneko, compró el inmueble ubicado en la esquina con Doctor Olvera, que ya cumplió 80 años.

El patriarca llegó a Mazatlán, Sinaloa, en 1929, procedente de Manzanillo, Colima, donde había desembarcado de Japón; después se trasladaría a la capital del país. “Ellos vinieron a México poquito antes de la guerra”, dice Roberto Y. Shimizu, de profesión arquitecto, en el interior el museo.

“El gobierno requirió que los extranjeros, alemanes, italianos, japoneses, se concentraran, ya sea en Guadalajara, Querétaro o México; mis papás eligieron venirse a aquí y establecen una tienda muy exitosa”, y nace Roberto —su madre fue auxiliada por una partera japonesa— “en lo que llamo la época de oro de México”.

Y empezó a crecer la población mundial. Los impuestos por importación en México eran muy altos, y como no se podían importar, por lo caro, se produjo una gran cantidad de juguetes, recuerda Roberto, quien ahora se queja de la globalización, pues “la industria mexicana pasó a ser de manufacturera a maquiladora”.

Los padres coleccionaban juguetes, mientras su hijo, además de jugar, los guardaba, y así nació su gusto por imitarlos en una colonia donde proliferaron talleres que Roberto identifica como artesano-industrial. “Casi eran fábricas caseras”.

Fue la época en que surgieron las series televisivas de vaqueros en Estados Unidos, como El llanero solitario, Hopalong Cassidy y La Ley del revólver, entre otras, que, a decir de Roberto Y. Shimizu, impulsaron la industria juguetera; después vendrían las máquinas de vapor, barcos, automóviles y aviones.

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La tienda familiar —el anuncio luminoso forma parte de la colección en este museo— se llamaba Dulcería Avenida. Todo lo que había ahí lo hacía feliz, recuerda Roberto, y para serlo sus padres contribuían, pues le daban oportunidad de meter los juguetes en cajas que guardaba en las bodegas.

Con los años, comenta, un coleccionista debe decidir qué hará con lo guardado. Y él hizo un museo que ya tiene seis décadas.

—Y seguirá el museo.

—Tengo tres hijos, y para que ellos se comprometieran, tuve que sacar las cosas de las cajas y hacer este pequeño museo, que era de barrio, de sitio, para que se enamoraran de la colección. Afortunadamente lo logré: ya se comprometieron a cuidar la colección como patrimonio a futuro.

“Tiene un valor muy importante porque será un recordatorio para las nuevas generaciones de lo que era el país, de la capacidad de producir, de hacer manufacturas, de la ilusión que se requiere para hacer cualquier producto, el conocimiento de materiales, la idea, métodos de producción. Es la única colección de ese México. Podemos hablar de unas 40 mil piezas, pero en las bodegas tenemos millones”.

—¿Cómo era ese México?

—Una gran familia, muy felices, muchas carencias, pero una vida muy sencilla, apacible, familiar, cosa que perdimos.

—Y las va renovando.

—Poco a poco; próximamente vamos a presentar una exposición de Barbie mexicana, que se llamó Bárbara, y también una exposición de juguetes alemanes en México, 5 mil piezas, de lo más bonito que hay de los productos alemanes.

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La pieza más grande y aparatosa del museo es la del llamado Negrito, que data de los años 30. “Es art decó”, ilustra Roberto Yuichi.

“El Negro del Salón Colonia es lo máximo que hay”, dice. “Está hecho todo en lámina golpeada a mano, no hay moldes, nadie sabe cómo lo hicieron; en la boca se sentaba el pianista. Y yo le digo que es el mexicano que más amores y desamores ha visto en la historia de México”.

—¿Por qué?

—Por los bailes de todas las tardes, por la cantidad de gente que venía a bailar y el Negrito movía los ojos y las maracas —dice, refiriéndose al ya desaparecido centro de baile, que estaba en la colonia Del Valle, donde tocaban orquestas como las Carlos Campos y Pablo Beltrán Ruiz, entre otras.

—Y se acabó el Colonia.

—Pero rescatamos al Negrito. El chiste del Colonia es que iban amas de casa, dejaban su mandado y se metían a bailar; luego, recogían su mandado y se iban a hacer la comida. No había alcohol, solo refrescos.

—¿Entonces esto va a seguir?

—Sí; lo más difícil de un museo es conservar el acervo. Y ya logré mi cometido, que mis hijos lo cuiden, y una de las cosas que aprendí muy importante es que colección que no se comparte, colección que no existe. Lo que queremos es recuperar ese orgullo de que en México tenemos capacidad de hacer cosas fantásticas, tenemos ingenio, creatividad…

—¿Es el único museo de este tipo en México?

—Bueno, hay muchos con artesanías, pero el de nosotros es de juguetería industrial. Lo que le decía: artesano-industrial o industria artesanal, sobre todo que tiene piezas emblemáticas de gran creatividad.

—¿Cuáles, además del Negrito?

—Tenemos, por ejemplo, el primer camión que se hizo en Ciudad Sahagún; patines del diablo, los aviones de Chicho —se refiere a un famoso juguetero—, tenemos una gran riqueza. La gente no alcanza a verlos en un día. Tenemos cómics, una hemeroteca con decenas de miles de ejemplares de periódicos, revistas, catálogos, libros, pósters, tenemos… Yo era un tipo medio chiflado y guardaba de todo.

—¿Aquí solamente vemos lo clásico?

—Hasta los 70. Bueno, tenemos una colección que se va a presentar: la Barbie hecha en México.

Cada juguete tiene su historia.

Y en uno de los rincones del museo hay anaqueles repletos con todo lo relacionado a la lucha libre en México: desde máscaras, indumentaria, revistas, carteles, secciones de periódicos, hasta muñequitos de plástico que marcaron una época entre la niñez mexicana.

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Humberto Ríos Navarrete
  • Humberto Ríos Navarrete
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