En mayo de 1934, el poeta Ósip Mandelstam fue detenido, recluido y desterrado a la ciudad de Voronezh, por haber dicho para sus amigos un poema donde Stalin aparecía como un verdugo que ríe con una frambuesa de sangre en los labios.
El destierro fue interrumpido porque Mandelstam aceptó escribir una oda loando a Stalin. Anduvo unos meses libre, pero fue detenido poco después y enviado a Siberia, donde murió en 1938.
Mandelstam perdió la vida, pero no la perdió su mujer, Nadiezhda, una gran escritora que dedicó su vida a la difusión de la obra del poeta muerto.
Stalin preguntaba a Pasternak si Mandelstam, al que perseguía, era un maestro o sólo un poeta. Es decir, si la voz de Mandelstam duraría en la posteridad.
Esta anécdota, entre otras, llevó a J.M. Coetzee a estudiar la censura salvaje del régimen soviético sobre sus escritores. La vio, provocativamente, como una pelea no del todo desigual, una pelea en la que hay un eco de David contra Goliat sino también un verdadero combate entre rivales, con armas de distinto peso, pero también de distinta duración. (Coetzee: Contra la censura. Debate, 2007).
Mandelstam murió mucho antes de que empezara su renacimiento. Alexander Solzhenitsyn, en cambio, preso del Gulag, vivió para ver triunfar su visión sobre el régimen que odiaba.
En 1962, como parte de la política del deshielo estalinista, Solzhenitsyn pudo publicar Un día en la vida de Iván Denísovich.
El éxito del libro atrajo la censura y fue difícil publicar sus siguientes obras: El pabellón de cancerosos, en 1968, y El primer círculo, en 1969.
En 1969, Solzhenitsyn fue expulsado de la Unión de Escritores Soviéticos, pero en 1970 recibió el Premio Nobel. En 1974 publicó en Francia, sin censura, Archipiélago Gulag. Fue expulsado entonces de la URSS.
Solzhenitsyn no sólo triunfó contra la censura. Pudo, como Tolstoi, disputar la propiedad de la representación que el régimen soviético se arroga sobre el pueblo.
Se irguió frente al Estado, no como un disidente, sino como el poseedor de una verdad y una historia alternativas. Como el depositario de la verdadera memoria de su pueblo.
La posteridad literaria de Mandelstam y Solzhenitsyn triunfó sobre el régimen que trituró sus libertades.