El autoritarismo no es una filosofía política, es un conjunto de actitudes y mecanismos para mantener el control del gobierno y el poder político. Anne Applebaum describe algunos ejemplos de este fenómeno en su libro El ocaso de la democracia (Debate 2021). Aunque la autora se refiere a los gobernantes de Hungría, Polonia, Inglaterra, Donald Trump y, en menor medida, de Venezuela, Zimbabue y Filipinas, la mayoría de estos mecanismos también se están desplegando por la 4-T.
El entorno en el que los gobernantes autoritarios y demagogos ascienden al poder, sigue siendo el que describio Hannah Arendt: personas que se sienten defraudadas con el sistema y resentidas por fracasar o no lograr ascender en el sistema de reglas prevaleciente. Como la derrota bélica y la pobreza generalizada, como en Europa antes del fascismo o del nacional socialismo. En la Europa del Este en la población vio cómo las élites comunistas tornaron su poder político por poder económico sin que los dirigentes fueran procesados por sus abusos; o las personas cuyas actividades económicas fueron excluidas por su vulnerabilidad competitiva, quedando expuestas por la apertura al comercio internacional; y gobiernos corruptos y excluyentes.
Este desaliento, resentimiento y el diagnóstico correcto de la pobreza, inseguridad, corrupción y exclusión lograron catapultar en nuestro país a Morena al poder con 30 millones de votos. Sin embargo, a pesar del diagnóstico certero de “los qués”; nunca se propusieron e implementaron unos “cómos” factibles.
En lugar de concentrarse en lograr resultados, los gobiernos autoritarios buscan mantener su reserva electoral, polarizando a la sociedad y focalizando sus dádivas. Los gobiernos autoritarios no buscan buenos resultados “sino que el gobierno opere para el partido y que los tribunales sean más dóciles” (Applebaum). Los mecanismos por los que buscan mantenerse en el poder son: la polarización; la xenofobia; las tesis conspiranoicas; uso ideológico de los medios de comunicación oficiales; uso de mentiras o medias verdades de todos los calibres (que legitiman a sus militantes a divulgar más mentiras y cometer otros ilícitos); identificar enemigos existenciales (neoliberales, conservadores); socavar instituciones electorales y judiciales existentes; atacar el compromiso constitucional con la neutralidad de las agencias del Estado (“claro que estoy interviniendo en la elección”). Otro mecanismo: cambian funcionarios profesionales por incompetentes, pero incondicionales, citando a Arendt: “cuya falta de inteligencia y creatividad sigue siendo la mejor garantía de su lealtad” (Floreros). El autoritarismo es antidemocrático, anticompetitivo, antimeritocrático”.
Ya 14 millones de votantes se bajaron del proyecto autoritario, aun hay reductos de fortaleza y autonomía institucionales. Sin mayoría el autoritarismo no sabe actuar, por lo que se suma por coacción o corrupción a opositores para reconstruir mayorías. Los ciudadanos debemos salir de nuestro aturdimiento (nueva alienación tecnológica) y tomar la responsabilidad de participar de manera más informada y decidida en defensa de la democracia y sus instituciones.
Guillermo Raúl Zepeda Lecuona