Política

Una teoría trumpiana

Déjenme hacer una pequeña hipótesis geopolítica.

A inicio de los años 90, tras la caída del Muro de Berlín y luego de que Gorbachev tuviera que ceder el famoso balón de football –o maletín nuclear, como quieran decirle– a un despreocupado Boris Yeltsin, occidente comenzó a delinear cuál sería el futuro de la humanidad tras el llamado Fin de la Historia.

Entonces, los gobernantes de las potencias capitalistas –conservadores al momento la mayoría– idearon el globalismo como la salida más pertinente y efectiva para todos. Una serie de acuerdos comerciales y políticos para crear zonas de influencia y producción que dieran ganancias económicas a las potencias que terminarían por permear a los países menos favorecidos. América tendría el TLC y el Mercosur como ejemplos y Europa a la Unión Europea como ejemplos a seguir.

El experimento falló en dichas sociedades, la riqueza no goteó como debiera ni a las regiones o clases sociales de estrato bajo y las ganancias se quedaron en los sospechosos comunes.

Pero la idea del globalismo permaneció y se expandió según los gobiernos progresistas de las naciones desarrolladas. Entonces, las ganancias obtenidas se fueran a la defensa de la igualdad, equidad y fraternidad de minorías. Feminismo, LGBTQ+, cambio climático vieron florecer en el discurso las posibilidades. Repito, en el discurso.

Hubo lugares en el mundo donde las restricciones fueron mayores. A la par, regímenes totalitarios vieron una enorme posibilidad de expandir sus ganancias a partir del comercio libre mientras gobernaban con mano de hierro a su población, que no recibía ningún beneficio que los gobiernos occidentales pregonaban. China, Rusia y los países árabes vieron un desarrollo económico floreciente sin tener que pasar por la rendición de cuentas de los políticos posmodernos.

El control del discurso era el tradicional y bajo la misma receta con la que habían ayudado a la caída del socialismo. Medios tradicionales y empresas que defendían el status quo… hasta que llegaron las redes sociales.

Y ahí, el mundo volvió a cambiar.

Los países totalitarios vieron que su visión e intereses podían expandirse y dinamitar la visión progresista de occidente que, a la vez, vio pocos controles para recibir migrantes y exiliados no solo de los países donde los derechos humanos no servían, sino de aquellos países subdesarrollados azotados por el populismo y las dictaduras.

Y ahí, surge Trump.

Emanado de la transición entre la guerra fría y el globalismo, la ex estrella de televisión ha resurgido ante el hartazgo de los ciudadanos norteamericanos de un discurso progresista poco avanzado y el rezago de crecimiento económico a partir de una visión mediocre de las nuevas condiciones geopolíticas.

Trump –y Musk, para el caso– entiende que el nativismo debe escalarse a una visión más imperial, donde la propaganda digital debe ayudar a evitar el avance económico y político de gobiernos que pugnan por la extinción del American Way of Life. El remedio: hacer lo mismo que ellos, con nuevos héroes y villanos.

No, Trump sabe que la idea de que Canadá sea parte de los E.U.A. no es viable, pero sí el sembrar la idea de un nuevo bloque, menos comercial y más ideológico, con un viraje conservador –o en extremo conservador, para el caso– donde el choque ideológico con México será inevitable.

Pareciera que esto no lo comprende la clase en el poder.

Pareciera… porque en una de esas lo entienden tan bien que ya están en el tablero pero con los dados cargados.


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Gonzalo Oliveros
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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