El buque escuela Cuauhtémoc ha recorrido el mundo de forma incesante en los más de 40 años de vida útil que tiene. Apenas el sábado, había terminado una exitosa parada en el puerto de Nueva York antes de continuar su travesía hacia Islandia.
Y luego, la tragedia.
Más allá de las responsabilidades y señalamientos sobre las torpezas que costaron vidas –dos al momento– y carreras, el choque del buque escuela era otro de los incidentes de una administración cuyas fallas parecieran más una cuestión de mala suerte que sólo de errores propios de la incompetencia.
No me malinterpreten, fallas hay y múltiples, muchas de ellas disfrazadas a partir de su efectivo discurso propagandístico que emiten mañana tras mañana, pero además de dichos errores existen otras circunstancias que entran en una nueva forma de evitar el éxito por motivos más allá de la razón.
El episodio del martes pasado sirve de nueva cuenta como ejemplo. Según las primeras investigaciones, el asesino de los dos funcionarios de primer nivel del gobierno de Clara Brugada tenía planeado ejecutar su acción un día antes. El retraso de José Muñoz del horario donde de forma cotidiana era recogido por Ximena Guzmán hizo que abortara el plan o, más bien, lo propusiera al día siguiente.
Martes de seguridad.
Lo siguiente es conocido: García Harfuch es enterado minutos después del asesinato, él informa a la vocera de la presidenta para que le informe con rapidez lo ocurrido, Sheinbaum se impacta con la información e intercambia palabras con su secretario de Seguridad quien, tras de ello, va tras la escenografía montada en el Salón Tesorería a pedir más datos para, después, esperar a la tarjeta informativa de Brugada y que la presidenta la lea en el atril de la mañanera.
Todo, frente a periodistas y paleros que replican la acción en espera de una detención espectacular, un anuncio que hable de la eficiencia de la estrategia de seguridad y lo efectivo del trabajo en conjunto que desarrollan para –como anunciaba Rosa Icela Rodríguez unos minutos atrás– se de la construcción de Senderos de Paz.
Terminó siendo lo contrario: la realidad con toda su violencia e incertidumbre. El México que se vive en la calle les explotó en la exposición quincenal de la propaganda de seguridad. El gabinete de seguridad en pleno sin saber qué hacer, sin moverse, algunos –como el fiscal Gertz– atrapado en la ignorancia de los acontecimientos. Todos sentados frente al guiñol montado como prensa sin poder accionar algo que los hiciera ver eficientes, coordinados, listos para una circunstancia como esa donde pudieran atrapar a los responsables a la brevedad.
En contraste, demostraron su incapacidad, el secuestro de su labor a la propaganda, su incompetencia no sólo para combatir el crimen organizado sino, incluso, para defenderse ellos mismos de la realidad –no amenaza– del narco.
Que mayor salación que desnudar tu mediocre labor frente a millones de personas en tiempo real.
George W. Bush se encontraba en un evento de propaganda el 11 de septiembre de 2001 en la Florida cuando uno de sus asesores se le acercó y le dijo al oído “estamos bajo ataque”. Bush se quedó paralizado, sin saber que hacer más que hojear el libro infantil que le habían dado de escenografía.
En las crisis, se conoce el tamaño de los gobernantes.
¿Qué tamaño se le vio a la presidenta el martes pasado?
No el que hubiera querido mostrar su aparato de imagen y promoción.
A la tragedia, súmele el descontrol, la inmovilidad, el estupor y lo mediocre. Nada que ver estas características con politizar la tragedia, sólo es descripción de lo que mostraron por accidente el martes pasado.
Por accidente o mala suerte.
Salados, pues.