El martes en la mañana, un colaborador y amigo publicó un hilo en X sobre sus razones para votar por Claudia Sheinbaum. Estas podrían ser un faro para entender algunos de los resortes de la población mexicana para apoyar la continuidad del obradorato.
En el hilo, mi amigo relataba como venía de una familia con grandes problemas económicos, donde solo él y su hermana habían podido ser universitarios y esto gracias al sacrificio de su madre luego de la muerte de su progenitor.
Ahí, describía la forma en que su mamá había sufrido un considerable beneficio gracias al gobierno actual y no gracias a las ayudas asistenciales o programas sociales. Su madre -dueña de un negocio de comida en Colima- había acrecentado la venta a partir de la mejora en los salarios de la comunidad. Ahora, no sólo pensaba en abrir una sucursal sino que, además, planeaba comprarse una casa, algo imposible de conseguir en sus 63 años de vida.
Los asesores de Bill Clinton le insistían durante la campaña de 1992 que lo que movería a los votantes sería el aspecto económico. Es claro que aquí fue así pero con matices que habría de retomar.
Cierto, la microeconomía mejoró gracias a los programas sociales pero también gracias a los aumentos al salario mínimo, que si bien lo gana un sector pequeño de la población, sirvió de parámetro para catapultar cierta movilidad en lugares del sur y centro del país. Cierto, la inflación se disparó, pero eso la población lo da por descontado: la vida se encarece en cada sexenio.
Entrevistados por medios internacionales, algunos votantes aceptaron que este gobierno no ha combatido la corrupción más que en el discurso, pero perdonan la demagogia a partir del dinero en la cartera: el reparto salpicó a los más pobres, percepción que no sucedía en la tecnocracia de programas sociales a partir de instituciones.
La oposición nunca pudo sacudirse la imagen de corrupción y ambición con que los caracteriza el presidente en cada mañanera -no hubiera existido el triunfo sin ese acierto propagandístico-. En parte, tienen razón: Xóchitl Gálvez perdió, no así Alejandro Moreno y Marko Cortés que tendrán fuero e impunidad por seis años.
La población en una mayoría aplastante les dio carro completo por convencimiento, beneficio, interés o mera repulsión a los políticos. Una parte importante de la población nunca entendió que las formas de señalar los yerros de la administración actual no debían de ser en el agotado camino de comentócratas y formatos que no lograron exponer el caso de hechos irrefutables como el fracaso en la estrategia de seguridad, el desmantelamiento del sistema de salud, los conflictos de interés y el razonamiento de que lo que hoy se siente correcto pues convertirse en una regresión a partir de políticas ya cantadas de supresión de organismos que dan balance al poder.
Pero el votante no es tonto, no lo son los que votaron por la continuidad ni los que apoyaron el cambio de rumbo. Las diferencias están en la manera en que el entendimiento de las dos partes debe de ser más amplio, menos polarizante.
Esa es la labor de la nueva comentocracia. Difícil lograrla con tanto interés alrededor que pugna por tener más perdedores en cada lado del camino.