Primero que nada, esta no es una columna sobre encuestas. Es claro que, a partir de que se convirtieron en un elemento de negocio y no de medición, las encuestas han dejado de ser un instrumento válido de discusión sobre logros y estrategia de campaña; cada candidato ha decidido usar su propia casa encuestadora y sus datos -otros, siempre- para defender su avance.
Mejor hablemos de los escándalos políticos de la última catorcena y quiénes serán los ganadores.
El caso Zaldívar, para comenzar.
El exministro recibió una denuncia que le aguó hasta el lanzamiento del nuevo disco de Taylor Swift. Arturo Zaldívar ha usado el tiempo que le queda libre para defenderse de acusaciones de presión, extorsión y peculado emanadas de una denuncia anónima.
No, contra lo que pretenden fijar como idea los propagandistas del régimen, la denuncia no está llena de líneas de despecho o recortes de periódicos, sino de guías para que la instancia respectiva (en este caso, el Consejo de la Judicatura Federal y la Suprema Corte) puedan indagar alcances y verosimilitud de la parte acusatoria.
El escrito tiene tal alcance que termina por describir el proceso de justicia en nuestro país, lleno de recovecos y prácticas de dudosa ética. Es tal su alcance que la necesidad de una reforma judicial es relevante y revelada.
Entonces, si lo que se supone que desea Norma Piña es evitar la reforma que impulsa el presidente y la candidata oficial, ¿Por qué darse un tiro en el pie con la filtración de una denuncia donde desnuda los recovecos de lo que se supone defiende?
Algunos dirán que es una estrategia para que la reforma de Zaldívar claudique, puede ser más allá.
Porque la principal ganadora es Claudia Sheinbaum.
Sí, es sabido que la pieza de Zaldívar en el equipo de la candidata es más un peón del presidente que de la misma Claudia, que está rodeada de obradoristas que aun no dan el salto al 100 a lo que será un gobierno de Sheinbaum.
Acostumbrados por décadas a obedecer el cuerno de AMLO, muchos de los que hoy transitan hacia el segundo piso de la transformación lo hacen con la esperanza de que el liderazgo moral de López Obrador los cobije por otros seis años -o lo que dure-.
Esto, por supuesto, mina el poder de la eventual nueva presidenta.
Sheinbaum nunca lo dirá en voz alta, no solo porque sería un rompimiento con el presidente sino porque ya ha experimentado el fuego amigo a nivel metralla. Pero entre más rápido pueda sacudirse a las piezas menos limpias de la actual administración, será más sencillo gobernar y negociar con los poderes fácticos que, hoy, viven en constante confrontación con el presidente.
Cierto, llegará con un respaldo en porcentaje de votación muy similar a la de su antecesor, pero ese bono democrático no puede durar si carga con individuos acusados de actos de corrupción, latrocinio o escándalo, esos que han crecido de forma estridente en los últimos meses.
Claudia sacrificará una pieza del obradorato con la cancelación de Zaldívar, pero ganará oxígeno para poder maniobrar a su estilo la reforma judicial y de seguridad que diseñan desde ya sus allegados reales.
Estos, con canales de comunicación con la sobajada ministra Piña.
Sheinbaum ya entendió que para gobernar no puede solo ganar la elección, sino todos los espacios de poder posibles. Sobre eso está.
Mucha más allá que la campaña porque, de no hacerlo, la circunstancia la devorará y el único ganador sería el que en octubre deja Palacio Nacional.
Como siempre.