FRAUDE.- Desde el diseño se sabía que los dados estaban cargados. No era difícil saber que el resultado sería un sistema de justicia parcial, que favorecería los designios e ideología del régimen actual. Tan sólo la propuesta de López Obrador de crear listas diferenciadas de los tres poderes –donde la mayoría estaba devengada por MORENA– hacía entender que el futuro no era por un sistema judicial más justo, sino más partidizado.
Luego, cuando llegó el momento de la verdad y sacar los números de la mayoría constitucional necesaria para los cambios constitucionales, la presidenta cayó ante los chantajes, fraudes y presiones a diputados y senadores para que apoyaran la iniciativa. No era difícil saber que sacrificaron su supuesta autoridad moral a cambio de las mayorías negociadas por sus operadores –cada día, más oscuros y corruptos–. Nada importaba si se conseguía el objetivo.
La claudicación de Pérez Dayán en la discusión de la Suprema Corte –basado en una estricta interpretación de la ley aunque para llegar a ello se hubiera torcido todo el aparato– acabó con la esperanza de una reforma al poder judicial más pensada, útil y efectiva.
FARSA.- No era difícil adivinar el resultado. La Cuarta Transformación no iba a dejar el resultado de su reforma judicial al azar de la elección. Por ello, ellos son los principales responsables de lo acontecido el domingo. El control total que querían tener de nombres y perfiles terminó por estrangularlos. Las reglas impuestas para que la población terminara por votar por los perfiles más conocidos –así fuera por sus escándalos– era la estrategia que diseñaron para el triunfo y terminó siendo lo contrario.
En un inicio, la idea era sencilla: que ganen los perfiles que propondremos –más como premio que por capaces– y que la presidencia de la corte se dispute (es un decir) entre las tres ministras actuales. Lenia, Loretta y Yazmín estaban listas para turnarse el puesto cada dos años, nadie contó que entre mujeres puedes despedazarse y hacerse daño, por lo que la antipatía que existe entre ellas creció a tal punto que puso en riesgo el plan orquestado por López Obrador.
La población, que entendía que todo estaba planchado y que asistir a la elección era convalidar el teatro, decidió darles un portazo a su pantomima. Nueve de cada 10 votantes repudiaron ir a las urnas y de los que sí asistieron, uno de cada 10 anuló su voto en reclamo activo a la abominación.
FALACIA.- Nunca será un éxito una fiesta sin asistentes, un velorio sin dolientes o una estación sin audiencia. El gobierno, su partido y habilitadores (algunos incluso, arrastrando el prestigio que han dilapidado en el sexenio anterior y lo que va del actual) hacen cuentas, comparan situaciones, justifican los resultados y hasta celebran el desastre para, una vez más, confundir a la ciudadanía. La realidad es que cualquiera que haya salido a la calle el domingo sabe que la realidad los aplastó.
FRACASO.- El problema es que el resultado nos afecta a todos. El fracaso de la elección al poder judicial nos dará como resultado jueces, magistrados y ministros sectorizados, sin conocimiento técnico, con ligas con políticos en el mejor de los casos y, en el peor, con el crimen organizado (que, curiosamente, se quedó guardado en esta ocasión), en pleito por posiciones de poder y presiones de todo tipo. No dará un sistema rápido donde no mande el dinero o el poder sino la justicia llana.
El fracaso es de todos pero tiene una sola responsable.