Curioso es el gobierno que habla de libertades pero prohíbe lo que no puede combatir o regular.
Primero, comenzaron por prohibir los vapeadores luego de que el hijo menor del ex presidente presentara una crisis por su uso. Intentaron hacerlo de manera fulminante durante su mandato pero no le daban los números. En cuanto los tuvieron –en el inicio de esta administración– fue una de las primeras iniciativas en pasar, como si no hubiera mañana.
Luego, prohibieron los alimentos chatarra en las escuelas. Cierto, el combate a este tipo de golosinas viene de otros tiempos. Mikel Arriola –quien hoy lleva las riendas de eso que es el Futbol Mexicano– se vanagloria hoy día de haber terminado con el espacio de Xavier López en la televisión al prohibir –uno más– la publicidad de frituras y alimentos altos en azúcar en la tele. ‘Yo maté a Chabelo’, decía en las entrevistas que daba antes de su fallido intento de ser Jefe de Gobierno capitalino.
Pero si Arriola comenzó el camino, el régimen actual lo fulminó… o casi. No es casualidad que parte de la guerra fratricida que vive la Cuarta Transformación hoy en día venga del enfrentamiento entre Mario Delgado y Hugo López-Gatell (con todo y los bots digitales que ha puesto a su servicio Jesús Ramírez Cuevas). Delgado osó sugerir sentarse con los dueños de las empresas fabricantes de dulces y chocolates, de panes y refrescos para ver cómo bajar las cantidades de azúcar en esos alimentos. Gatell –desde su tumba política– vio la oportunidad de revancha luego del destierro y con una aceitada maquinaria ha logrado alertar a los radicales que la presa es el Secretario de Educación Pública.
Tras de ellos, prohibieron los toros. La concientización de la sociedad se les hizo un camino lento y en la pereza prefirieron el corto camino que acaba con el espectáculo taurino, pero también con las ganaderías y, de facto, con el toro de lidia. Unos genios.
Pero si la salud es un flanco de batalla perdido, la seguridad está aun más complicada. Los mismos que se alertaban por el acuerdo sobre cobertura informativa de la época de Calderón –donde los medios proponían no darle espacio a expresiones que resultaran en apología a la violencia–sugieren prohibir, matizar o denunciar música que hable de narcotraficantes, sus triunfos y contubernios.
Es decir, quieren aplicar la receta.
Peculiar que lo deseen hacer ahora, cuando no es redituable política y electoralmente hablando sugerir que el poder político está en colusión con los capos y sus organizaciones. Durante dos sexenios, aplaudieron y defendieron que su productor de ficción consentido usará sus novelas para exponer el tema desde su óptica.
Ahora, que ellos son gobierno y están bajo la lupa del Tío Trump, buscan cualquier salida para alejarse de la idea de que son algo más que amigos o conocidos y nada más.
Sin embargo, las propuestas más radicales vienen incluso de gobiernos opositores. Aguascalientes se apuró para, a nivel estatal, prohibir la difusión pública de narcocorridos.
La presidenta Sheinbaum matiza al decir que ese caso –o el de Michoacán o próximamente Jalisco– no impide que la gente escuche ese tipo de temas en su casa. Menos mal.
Lo cierto es que, poco a poco, los espacios de decisión de la población se estrechan a partir de justificaciones múltiples que tapan la incapacidad de gobierno y concientización. Una más al tigre que sabe hacer mañaneras y dotar de programas sociales a la población.
Nada más.