Política

Silvio Rodríguez

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Gil lo vio con esos ojos que se han de comer los gusanos: Silvio Rodríguez fue recibido en Ciudad de México como un héroe, la jefa de Gobierno le entregó las llaves de la ciudad y lo nombró huésped distinguido, la casa presidencial lo agasajó y lo invitó a caminar por los suntuosos pasillos de Palacio Nacional, le organizaron un gran concierto en el Zócalo al cual fueron más de cien mil personas. Silvio, como le dicen sus adoradores hizo llorar de amor a las parejas, repletó de orgullo revolucionario a los luchadores, evocó al hombre nuevo, recordó a un Fidel que vibra en la montaña, le dedicó al presidente Liópez Obrador “El Necio”, que también le cantó en su momento al comandante y, desde luego, derrotó a la lluvia que acarició los rostros de sus seguidores allá en la plancha del Zócalo.

A Gil se le queman las habas por escribir aquí que considera a Silvio Rodríguez un propagandista de la dictadura cubana, que dice Gamés un propagandista, un cómplice de la tiranía que hundió a su país en el hambre y la miseria. Esto que ha escrito Gilga no es una opinión sino la muestra de hechos documentables. Salvo que vayan a venir con la zarandaja de que la destrucción cubana se la debemos al bloqueo criminal de Estados Unidos. Como decía Garibay: a otro perro con ese hueso de poca carne.

El ayer y el ayer y el ayer

Gil caminaba sobre la duela de cedro blanco y se confesó a sí mismo que ciertamente hubo un tiempo olvidable en que algunas de las canciones de Silvio Rodríguez le gustaban y las cantaba sin error alguno cuando su memoria era un cristal transparente.

Como en las novelas, pasaron los años y Gilga cayó en cuenta de que este trovador se había transformado en un simulador consentido por el tirano. Una especie de bufón sentimental, si eso existiera: que venga Silvio a cantar, que vaya Silvio a cantar, que se quede Silvio a cantar.

Un amigo conocedor de la isla, tanto que él mismo es cubano, le contó a Gilga que los servicios de Silvio a la dictadura recibieron a cambio como premio revolucionario: la mismísima fábrica de helados Coppelia. Sí, todo Coppelia. En esos años, Fidel Castro tuvo la idea de mandarle a sus soldados revolucionarios destacados en Angola, unos botes de helados de Coppelia. Qué gran gesto.

¡Ah, los pecados! Gil fue varias veces al Auditorio a oír a Rodríguez, dice Gamés a oír porque Silvio se sentó al fondo del enorme escenario y metido en una gorra cantó de mala gana y amenazó al público: si gritan y cantan, me paro y me voy. El que se puso de pie y caminó a la puerta de salida fue Gamés. Silvio Rodríguez es un comisario comunista. Era de esperarse y desesperarse que este gobierno se pusiera al servicio de la dictadura cubana y adorara a Silvio. ¡Qué bonito es todo! Canten algo muy sentido, Jesús, esa de “la era está pariendo un corazón, no puede más se muere de dolor y hay que acudir corriendo pues se cae, el porvenir, en cualquier selva en cualquier calle”. Ah, la gran poesía; ah, las grandes metáforas; ah, los sinvergüenzas.

Sin costo alguno

Adivinen cuánto cobró Silvio Rodríguez por el concierto en el Zócalo. Na-da. Ni un quinto partido por la mitad. A esto se le llama solidaridad, pobreza franciscana. Todo para el pueblo.

Claudia Sheinbaum tuiteó conmovida hasta los huesos: “Qué hermoso se ve nuestro Zócalo con 100 mil personas cantando a Silvio Rodríguez”. Precioso. Cuentan que algunos invitados que veían el concierto desde las oficinas de la jefatura de gobierno llevaban frascos de ideología y cada vez que terminaba una canción, le daban un sorbo y llegaban en un segundo al paroxismo. Gil tiene guardados en el clóset varios frascos con diversas preparaciones de ideología; eso sí, todas tienen un toque de un extracto sin el cual no hay ideología que valga: la simulación.

Gil recuerda el aforismo de Eliseo Alberto, Lichi, cada vez que oía elogios de la Revolución Cubana, de la nueva trova, del hombre nuevo, Lichi decía entonces: a mí ese perro ya me mordió. También a Gil Gamés.

Todo es muy raro, caracho, como diría Ionesco: “Las ideologías nos separan, los sueños y las angustias nos unen”. 

gil.games@milenio.com

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Gil Gamés
  • Gil Gamés
  • gil.games@milenio.com
  • Entre su obra destacan Me perderé contigo, Esta vez para siempre, Llamadas nocturnas, Paraísos duros de roer, Nos acompañan los muertos, El corazón es un gitano y El cerebro de mi hermano. Escribe bajo el pseudónomo de Gil Gamés de lunes a viernes su columna "Uno hasta el fondo" y todos los viernes su columna "Prácticas indecibles"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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