Gil viajó de incógnito a Monterrey. Los lentes oscuros y el abrigo moda Adán Augusto López lograron el modesto milagro de volverlo invisible. Como una sombra se acercó entonces a la Feria Internacional del Libro en el Parque Fundidora, un encuentro organizado por el Tecnológico de Monterrey. Bien puesta y mejor montada la feria la dirige ahora Consuelo Sáizar que sabe un rato largo de estos asuntos. Ah, caviló melancólico Gilga, ese tiempo en el cual había funcionarios culturales eficientes y no como ahora propagandistas unidimensionales y comisarios comunistas. Pero no nos desviemos ni hagamos la llorona, allá iba Gil por los pasillos de libros, con ojo experto, oh, sí, encontraba libros extraordinarios.
Gil veía luces brillantes y contornos deslumbrantes, en ese momento pensó una frase dramática: sufriré un desmayo. Y así fue, durante un segundo perdió el sentido, pero lo recuperó porque Dios es grande. Gil abandonó la inacción y salió de su casa en Coyoacán a las cinco de la mañana para tomar su avión y ocupar su asiento en premier, ¿o hay de otros? Desde luego, su vuelo salió de la Terminal 2 del AICM. La noche anterior, en la madrugada, Gamés soñó que se dirigía al AIFA, no era un sueño sino una pesadilla, confundían a Gilga con una fardo, una pesada carga y lo embalaban para que llegara a su destino. Pobre Gil.
Hotel California
Los organizadores le reservaron al incógnito Gamés una habitación en el hotel Holiday inn expréss. Ah, inepto, Gilga, tardó una eternidad en darse cuenta que la clave de su viaje relámpago a Monterrey estaba en la palabra expréss. El cuarto no era una pocilga, pero tampoco el lugar que hubiera anhelado para su breve estancia en Monterrey. Y no es que el tapete luido, el calor pegajoso de la habitación, la única toalla que sufría soledad en el baño, el botecito con dos centímetros de champú, el extraño diván con algunas manchas indelebles del paso del tiempo y la pasión, hay personas muy desaforadas en los hoteles y ustedes lo saben. Decía Gil que no fue eso lo que lo hundió en melancólicas cavilaciones, pero la verdad se trata de un hotel de pisa y corre. Ni hablar, meditó Gilga, y recordó la máxima: es lo que hay.
Este hotel pasará a la historia de la vida de Gil Gamés. Escuche usted por piedad: el domingo a las cuatro de la tarde, nuestro héroe, o sea Gil, tomó un asiento en el comedor del hotel, lugar multifuncional, pues además es la recepción del hotel. No es mala idea que todo sirva para dos actividades aunque sean antípodas. Piénsenlo, un cuarto con huéspedes en el cual se reciban telefónicamente los pedidos para las habitaciones: ¿me permite señora Godines?, voy a apuntar en mi comanda, pero usted puede bañarse; un gimnasio en el cual, mientras se ejercitan los huéspedes, las afanadoras hacen fuerza con la pesa rusa mientras planean la limpieza de las habitaciones. Pero el colmo de los colmos ocurrió cuando Gilga tomó asiento en el comedor-recepción y le pidió a un mesero: un whisky, por favor. A los cinco minutos apareció un capitán, no del ejército, aunque a Gil no le habría parecido algo extraño que un miembro de las fuerzas armadas se ocupara del comedor, nuestros militares son, precisamente, multifuncionales. El capitán de meseros, (¿habrá un general de meseros, por qué sólo capitán) le dijo a Gilga esto: la política de la empresa prohíbe que sirvamos alcohol los domingos. Como usted lo oye. Gilga es muy comprensivo y preguntó, estrujado, por la noticia: ¿Murió alguien un domingo trágico como consecuencia de una intoxicación etílica? El capitán de meseros no entendió, Gilga tampoco. Gamés salió de ese lugar como alma que lleva el diablo.
Aguilar Camín
Uno de los platos fuertes de la Feria del libro fue la Biblioteca de Autor: un grupo de periodistas, escritores, ensayistas, historiadores pensaron, hablaron, reflexionaron sobre la obra de Héctor Aguilar Camín, vecino de páginas de ésta del Fondo. Gil lo vio con sus ojos: Aguilar levitaba. Sin tocar el piso, Aguilar atravesaba la fundidora, los libros, las paredes. De la levitación pasó al vuelo. ¿Es un avión? No, es Aguilar después de las cinco mesas en las cuales amigos que lo quieren y admiran disertaron sobre su vida y su obra.
Gil tiene que cerrar apresuradamente esta nota, debe asistir a una cena con personas muy importantes en Monterrey. Desde luego no les dirá quiénes son estos amigos. Ya se enterarán en el oráculo de la Guacamaya.
Todo es muy raro, caracho, como diría Vicky Baum: “La fama trae la soledad. El éxito es tan frío como el hielo y tan poco hospitalario como el Polo Norte”.
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