Política

Ernesto Sabato

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En 2012, en la Feria del Libro de Sevilla, el escritor argentino confesó: “El arte y la literatura fueron el puerto definitivo donde calmé mi ansia de nave sedienta y a la deriva; las lecturas que me han acompañado han transformado mi vida”...

Gil vagaba dentro de ese agujero misterioso que llaman mundo (aigoeei). Así se encontró con un escritor que leyó hace años y abandonó tal vez de forma absurda. En el año 2012, la Fundación José Manuel Lara invitó a Ernesto Sabato a participar en La Feria del Libro de Sevilla. La conferencia que dio Sabato en esa ocasión, a sus 90 años, se llamó “Creación y tragedia: la esperanza ante la crisis”. Gil subraya y pasa al costo.

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El arte y la literatura fueron el puerto definitivo donde calmé mi ansia de nave sedienta y a la deriva. Las lecturas que, desde entonces, apasionadamente, me han acompañado, han transformado mi vida, gracias a esas verdades que solo el arte puede revelar. Me he dejado poseer por los grandes clásicos del arte, de la literatura, de la música y la filosofía; en ellos es donde prevalece una oscura e ilimitada reserva del sentido que nos abre a noches insospechadas, a intuiciones decisivas, cuando todas las certezas se disgregan, se consumen, se pierden.

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Kafka recomendaba leer libros que nos atraviesan el cuerpo como un hacha, resquebrajando cuanto haya de congelado en nuestro espíritu. Una novela que deje tal cual al escritor y al lector es una novela inútil, estéril. ¿Quién puede ser el mismo luego de haber leído Dostoievski? Después de Los hermanos Karamazov no somos las mismas personas que antes, como seguramente tampoco lo fue Dostoievski.

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Innumerables veces les he aconsejado a quienes acuden a mí, en su angustia y en su desaliento, que se vuelquen al arte y se dejen tomar por esas fuerzas invisibles que operan en nosotros. Todo niño es un artista que canta, baila, pinta, cuenta historias o construye castillos. Los grandes artistas son personas extrañas que han logrado preservar esa candidez sagrada de la niñez. En diferentes grados, la capacidad creativa pertenece a todo hombre. El arte es un don sagrado que repara el alma porque permite unir nuestro dolor al dolor de los otros, alentándonos, así, a cumplir la utopía a que fuimos destinados.

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La escritura ha sido para mí el medio fundamental, el más absoluto y poderoso que me permitió expresar el caos en que me debatía. Me permitió liberar no solo mis ideas, sino sobre todo, mis obsesiones más recónditas. Lo hizo cuando la tristeza y el pesimismo habían ya roído de tal modo mi espíritu que, como un estigma, quedaron para siempre enhebrados a la trama de mi existencia. Porque fue precisamente el desencuentro, la ambigüedad, esta melancolía frente a lo efímero y lo precario, el origen de mi desesperada y absoluta entrega a la literatura.

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Uno de los riesgos que deben evitar los jóvenes escritores es el afán de juntar palabras para hacer una obra. Como dijo Claudel: “no fueron las palabras las que hicieron La Odisea, sino La Odisea quien hizo las palabras”. Recordemos bien esta sentencia para evitar que se siga pervirtiendo el lenguaje; uno de los graves peligros que expone al hombre a lo inhumano.

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Me acuerdo de algo que había dicho [Giordano] Bruno: siempre es terrible ver a un hombre que se cree absoluta y seguramente solo, pues hay en él algo trágico, quizá hasta de sagrado, y a la vez horrendo y vergonzoso. Siempre, decía Bruno, llevamos una máscara, que nunca es la misma sino que cambia para cada uno de los lugares que tenemos asignados en la vida: la del profesor, la del amante, la del intelectual, la del héroe, la del hermano cariñoso. Pero ¿qué máscara nos ponemos o qué máscara nos queda cuando estamos en soledad, cuando creemos que nadie nos observa, nos controla, nos escucha, nos exige, nos suplica, nos intima, nos ataca? Acaso el carácter sagrado de ese instante se deba a que el hombre está entonces frente a la Divinidad, o por lo menos ante su propia e implacable conciencia.

A lo largo de mi vida como escritor he intentado ser fiel a esa inquietante y enigmática verdad que se manifiesta en el momento en que acontece la creación. Todo creador debe cuidar de ella, y ofrecerla a los hombres como su más alta y noble vocación. 

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Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos, mientras el mesero se acerca con la charola que soporta el Glenfiddich 15, Gamés pondrá a circular las frases de Julio Verne sobre el mantel tan blanco:“Lo que una persona puede imaginar, otras podrán hacerlo realidad”.

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Gil Gamés
  • Gil Gamés
  • gil.games@milenio.com
  • Entre su obra destacan Me perderé contigo, Esta vez para siempre, Llamadas nocturnas, Paraísos duros de roer, Nos acompañan los muertos, El corazón es un gitano y El cerebro de mi hermano. Escribe bajo el pseudónomo de Gil Gamés de lunes a viernes su columna "Uno hasta el fondo" y todos los viernes su columna "Prácticas indecibles"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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