Repantigado en el mullido sillón del amplísimo estudio Gil estaba burlando vectores. Así se llaman ahora. ¡Cuidado con el vector 1! Bien librado. ¡Allá viene un vector 2: todos pecho en tierra! ¡Fiuuu! Pasó cerca ese vector. En ésas estaba cuando Gamés no pudo sino insolentarse (gran verbo) con los tuits que mandó al viento el Conacyt en el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia.
Seguramente lo han leído, pero nada le hace: “Desde los albores de la humanidad, nuestros ancestros nacieron en sus casas, recibidos por parteras, sin certificaciones ni diplomas. Hay manos que soban, que sostienen, que reciben, que bañan, que hierven, que maceran, que acomodan”. Y un segundo mensaje decía así: “Son manos de mujeres sabias que nos han asistido a través de los tiempos llevando con humildad a cada casa la medicina tradicional. Hoy reconocemos su aportación a los saberes que han dado forma a buena parte de las ciencias formales”.
Gamés abandonó el mullido sillón y caminó sobre la duela de cedro blanco. Cuando estuvo frente a un muro, se dio un tope, de los fuertes: ¡soc! ¿No se trataba de celebrar a las mujeres científicas? Gilga no quisiera ponerse pesado, pero no debemos acostumbrarnos a la estulticia. Las parteras y las sobadoras no dieron forma a buena parte de las ciencias formales, Álvarez-Buylla. ¿Será posible que la institución científica más importante de nuestro país elogie esa forma de la miseria que son las parteras? No, no son sabias, aun cuando han traído al mundo a cientos de niños y niñas. Si hubiera un hospital donde atender a esas mujeres, convendría que fueran atendidas allí con todos los medios al alcance para la seguridad. Pero la Álvarez-Buylla se ha empeñado en demostrar que hay sabiduría en la pobreza. No. Lo que todos quisiéramos es disminuir la pobreza y las muertes por enfermedades curables con todos los avances científicos. ¿O no?
El proyecto de Álvarez-Buylla
Pero Gil se ha desviado. Cuidado, el conocimiento no proviene de nuestros ancestros, la ciencia y sus descubrimientos son producto de años de observación, de paciencia, de estudio en laboratorios. De ahí, por cierto, vienen las vacunas, Álvarez-Buylla: enormes centros de investigación como los que usted quiere reducir a la nada.
¿Y las científicas? Esas mujeres que desarrollan proyectos desde hace años y que trabajan horas y horas. ¿Ésas no cuentan? Usted acabará convirtiendo, o ya lo hizo, al Conacyt en un tendajón de, precisamente, parteras. Podría hacer “limpias”, así curan hoy en día en nuestros pueblos más pobres. ¿Eso queremos? ¿La sabiduría de la miseria, el conocimiento indígena? No cuenten con Gamés para ese gran proyecto del Conacyt. Pues así celebró nuestra reputada institución a las científicas. ¿Estamos locos?
Tantos años en busca de la ilustración, tantas universidades, hombres y mujeres extraordinarios, tanto Vasconcelos, para convertir nuestros institutos de investigación en cuevas del oscurantismo. ¿Cómo ven a Gil embravecido? Por una vez: háganle caso.
¿El fin del SNI?
Mientras esta extraña celebración ocurría, un grupo de investigadores, entre los que se encuentra el científico Antonio Lazcano, mostraba su preocupación por la amenaza de que el SNI cambie o termine sus días en el basurero de la austeridad. Muy bonito. No dejen de ahorrar y mientras, hagan cien universidades. Cien. Circula un documento: “en los próximos meses veremos una refundación del SNI para cambiarlo de ser un sistema individualista, meritocrático y competitivo, a un sistema que realmente estimule el trabajo colaborativo y el trabajo científico de muy alto rigor”. Nadie ha desmentido el documento.
Gil supone que el trabajo científico de alto rigor consistirá en despedir a las mentes brillantes y darle lugar a los que han aprendido de nuestros ancestros. Aquí hay problemas, y muy serios.
Todo es muy raro, caracho, como diría Max Planck: “Para las personas creyentes, Dios está al principio. Para los científicos está al final de todas sus reflexiones”.
Gil s’en va
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