Convertirnos en mejores personas podría tener como punto de partida la renuncia al egoísmo, los viejos vicios del mí y del yo; el cultivo del individualismo que nos aleja de la capacidad de mirar a los otros y de interesarnos por ellos.
En un mundo que frenéticamente promueve la competitividad, y le resta valor a la cooperación, es valioso volver a conectarnos con las cosas importantes en la vida. Eso sería un excelente propósito.
Dedicar una parte de nuestro tiempo, energía e incluso dinero para servir a otros, nos abre hacia una dimensión de plenitud, en donde la vida cobra sentido mediante las cosas que se comparten. Porque de nada sirve acumular riquezas y logros si no hay con quien compartirlos.
Mucha gente piensa que ayudar a los demás requiere enormes esfuerzos o riquezas, o ser famoso… en realidad no; muchos pequeños detalles son valiosos en la vida de las personas. Veinte minutos para escuchar a alguien que se siente atribulado, puede ser algo que marque la diferencia en su vida.
Una llamada, o mejor aun, una visita a los que decimos querer, le aporta a nuestra vida un sentido de congruencia.
Las palabras y buenas intenciones para con otros, nunca son suficientes; se precisan acciones para liberarnos del camino del egoísmo.
Todos somos de alguna manera sembradores; depositamos en los demás, semillas de inspiración mediante palabras de elogio y reconocimiento… pero también lastimamos a las personas cuando nuestras palabras están cargadas de arrebato.
Dice John Maxwell sobre “el principio del ascensor”, que este nos hace ver que naturalmente, las personas se acercan a quienes aportan algo a sus vidas. Disfrutan estar en compañía de “personas que les levantan el ánimo”.
Aquellos amigos que con su amabilidad tratan de modificar para bien los climas negativos. Si hundimos a la gente con nuestro trato y palabras, nosotros nos hundimos con ellos.
Pero si los impulsamos y elevamos, nosotros también nos elevamos con ellos. Ayuda a los otros, piensa en ellos, impúlsalos. El camino del ermitaño no conduce a ninguna parte.
Y tú ¿cuánto tiempo y energía dedicas al bienestar de otras personas? ¿Vives en el “mí” y en el “yo”? ¿O en el “nosotros”?