La empatía es una palabra que se puso de moda hace algunos años; reflejaba un intento social por aprender a ponerse en los zapatos del otro, de tratar de entender el mundo, sin hacer juicios, desde la perspectiva de otra persona. No es una simple decisión que alguien pueda adoptar de un momento a otro, si no procede de una historia de crianza en donde fue enseñada y transmitida como un valor de formación. Aprenderla, cuando no se tiene ese antecedente, no es imposible pero sí resulta algo complejo. Tampoco debe ser mal entendida como el justificar siempre las conductas atropellantes de las personas, y desarrollar una actitud permisiva bajo la bandera de “estoy comprendiendo al otro”.
El amor propio es siempre el punto de partida de toda virtud; la empatía no es la excepción. No se remite únicamente a la comprensión de los actos del otro, sino a la propia regulación de la conducta en función del afecto que se profesa a la otra persona. Es el arte de la consideración; de tomar en cuenta que algunas de nuestras actitudes pueden ser hirientes para el otro y por amor aprendo a frenarlas o cambiarlas. No se trata de dejar de ser uno mismo, sino de revisar si algunas de las aristas de nuestro carácter, pudieran estar resultando demasiado filosas para la sensibilidad de quienes nos rodean. Ser considerado implica deshacerse del absolutismo de ideas como “pues yo así soy”, con las cuales justificamos nuestros atropellos y arranques.
Es aprender a prestar oídos a lo que el otro realmente me quiere transmitir con su discurso, y no enfocarme a sólo oír por encima, mientras encuentro herramientas o armas, con las cuales defenderme o contraatacar sus puntos de vista. El arte de la consideración nos ayuda a entender que la vida es tan corta y que no vale la pena acumular recuerdos donde hicimos sentir mal a quienes nos aman. La falta de consideración hacia los demás, lleva siempre una factura: un profundo sentimiento de culpa. Una certeza de que nada ganamos llenando de asperezas el corazón de la gente.
Así como el perdonar es algo que te sana a ti mismo, y no tanto al que te hizo daño, ser considerado es ante todo, un regalo para tu propia persona.