El otro día me encontraba, como de seguro muchos de ustedes en este mes, en una ceremonia escolar.
Hubo honores a la bandera, se dio el grito y se declamó el juramento al lábaro patrio:
“¡Bandera de México!, legado de nuestros héroes, símbolo de la unidad de nuestros padres y de nuestros hermanos, te prometemos ser siempre files a los principios de libertad y de justicia que hacen de nuestra Patria la nación independiente, humana y generosa a la que entregamos nuestra existencia”.
El juramento, pese a ser una arraigada tradición, no aparece en la “Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales” de 1984 (republicada en 2016), que regula las características, uso y difusión de los Símbolos Patrios.
La autoría del texto parece ser indeterminada, con origen en el siglo XIX.
Carlos Fuentes dijo que uno de los libros fundamentales para entender el presente histórico es El contrato social (1762) de Jean-Jaques Rousseau. Esta obra es parte de las lecturas de preparatoria y es fácil conseguirla en las librerías y en la internet.
Es muy productivo regresar a su lectura y entender algunas de las ideas que han regido nuestra vida en los estado-nación modernos.
Rousseau revela que los seres humanos hemos firmado un acuerdo y hemos enajenado nuestra libertad, pues en la naturaleza no existe ningún orden social que garantice nuestros derechos.
Un derecho, para existir, tiene que existir primero como ley.
El contrato social es, de esta manera, la serie de leyes que regulan nuestros derechos y que nos sacan de este estado de naturaleza en el que todos pelearíamos con todos.
Propondría que, desde la primaria, se les enseñe derecho a los niños y no sólo se les haga declamar esta letanía que habla por sí misma.
¿A qué se le está entregando la existencia? No al estado, no a la parafernalia tricolor, sino al desarrollo y evolución de nuestros derechos; es decir, al acuerdo que mantiene nuestra libertad y la justicia para cada individuo.
Pero ¿conocemos en sí nuestros derechos? ¿Los protegemos ante el poder? No olvidemos que conocer es el primer paso de una sociedad “humana y generosa”.