Política

La intolerancia

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Difícil entender lo que ocurre con el Presidente. Niega el sentido de su mandato, esto es, gobernar para todos. Un hombre que se asume humanista y liberal, pero hace justamente lo contrario. Su pretensión de trascender en la historia nacional habrá de lograrlo con creces por su singularidad y persistencia, pero lo hará de la peor manera. Una y otra vez deja pasar las oportunidades para recomponer el camino, más cuando ahora el país requiere de su Presidente.

Su embestida contra la libertad de expresión no guarda precedente. El debate democrático para él es discusión callejera, por ello el insulto es su divisa. No entiende ni quiere entender que la investidura lo obliga al respeto y alejarse del golpe bajo. Incapaz de comprender que para él no hay libertad de expresión, porque es un derecho de los ciudadanos, no del poder. Él es autoridad y por lo mismo está obligado a informar, hablar con objetividad, sin ofender, mucho menos hacer imputaciones de carácter delictivo a terceros. La superioridad moral deviene en soberbia y en extremos incomprensibles de intolerancia.

Andrés Manuel López Obrador no ha engañado. Es consistente en su manera de ser y de hacer política. La cuestión es que ahora es presidente de la República; él es el poder mayor, es la persona con más recursos para hacer, deshacer, reconocer, motivar y también para hacer daño. Sus palabras se han degradado, pero no pierden su capacidad para perjudicar y engañar a quien decide ser engañado.

No es problema que el Presidente tenga periodistas favoritos, todo mandatario los ha tenido. Que lo diga resulta ofensa solo a quienes a su servicio se han puesto y como tales ni siquiera son reconocidos.

Una cuestión mayor es el comedimiento presidencial a los criminales que han ensangrentado al país, los que se han ensañado frente a inocentes, mujeres y menores. La benevolencia presidencial a éstos es una ofensa, no a los periodistas a los que con regularidad agrede, pero sí a las víctimas, a quienes han padecido el abandono, la venalidad o la incompetencia de las autoridades de antes y de ahora, incapaces de protegerles, de ofrecerles al menos el consuelo de la justicia.

Las hostiles palabras presidenciales al periodismo crítico van contra las empresas de medios y quienes allí trabajan. Dañan porque echan andar no a los maloras digitales del oficialismo, sino a los peores demonios de la convivencia y en ocasiones a las instituciones del Estado con un propósito represivo, ajenas al secreto bancario o la presunción de inocencia. El coctel de asesinos tolerados y periodistas criminalizados es invitación para que el delincuente se ensañe con el periodismo libre, la primera línea en la contención al abuso del poder y de auténtica protección de la sociedad. La prensa calla donde el crimen manda.

El Presidente ha perdido lo mejor del respaldo que confió en el poder transformador de su prédica. La realidad se impone y los hechos hablan. Mucho ha destruido; su refugio son las intenciones y su manipulado uso del pasado y del mundo conservador, cada vez más habitado por irrefutables causas y biografías.

El Presidente está impedido para entender el periodismo. Así es porque en su guerra santa no hay aprecio por la libertad y la dignidad, fundamentales en el liberalismo humanista que dice suscribir y que en dichos y hechos niega.

El fracaso de un presidente no solo es de él, tampoco exclusivo del grupo gobernante ni del proyecto político que se suscriba. Es de todos, incluso de la oposición por su ineficacia y de la sociedad por su incapacidad para defenderse de sus enemigos. La intolerancia que ahora desde el poder presidencial se exhibe es la medida de la fragilidad del sistema en la que se inscribe y que pretende minar los ya de por si estrechos espacios de libertad y ejercicio de la crítica.


fberrueto@gmail.com · @berrueto


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Federico Berrueto
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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