A 144 kilómetros de pisar, respirar y sentir por primera vez el sueño americano, fueron bajados del camión que los transportaba apilados, y fueron llevados a una bodega abandonada en el ejido El Huizachal.
Más de 70 migrantes (se habla de 76) habían salido un día antes, el 21 de agosto, de Veracruz; de sus países, Brasil, Ecuador, Guatemala, Honduras y El Salvador, partieron entre 20 y 30 días atrás.
El 25 de agosto, Freddy llegó a un retén militar y contó la tragedia: el tiro que le tocaba junto a otros 72 seres humanos (58 hombres y 14 mujeres) no lo mató pero fingió estar sin vida entre los cuerpos ultimados de sus compañeros de viaje.
Una de las principales hipótesis es que el crimen fue un mensaje de Los Zetas para sus enemigos criminales por el mercado de tráfico de personas.
La Masacre de San Fernando ocurrió entre el 22 y 24 de agosto de 2010, pero esto fue solo el inicio del horror; luego comenzaría a brotar la cosecha de fosas clandestinas, más de 300 cuerpos.
A 10 años, la tragedia no ha tenido justicia plena para los migrantes; este pasaje oscuro es una declaratoria de hechos que ha servido, como todo problema en México, para fortalecer los discursos dogmáticos de quienes aspiran de mamar del erario mexicano.
Por ejemplo: a media semana, decenas de políticos, comunicólogos, influencers de Tamaulipas celebraron la seguridad de las carreteras en el estado, fue una deliciosa coreografía virtual para el airado reclamo del góber Francisco García Cabeza de Vaca a Olga Sánchez Cordero y toda la 4T para que no le roben el crédito de la estrategia de seguridad, porque AMLO, el lunes en la mañanera, habló de la baja en delitos.
Pero las empresas criminales siguen en Tamaulipas, porque a ellos no los daña la pandemia. En medio del embarradero político que actualmente muestra sin pena al mundo que México es una letrina de corrupción, es obligado recordar el hecho que puso a Tamaulipas en el reflector mundial, y que le etiquetó como un estado violento, con ciudades tan peligrosas que fueron comparadas a sedes bélicas del medio oriente, como Siria o Afganistán.
Pese a sus buenos deseos y necesidades políticas, no piensen que el mal ya no existe o que está controlado, porque se corre el riesgo de repetir barbaries como la de San Fernando.