Política

La mafia del poder y las fisuras del régimen

Andrés Manuel López Obrador fue un exitoso creador de conceptos. Tal vez el más extendido es la mafia del poder. A través de una idea simple y pegajosa, logró decirle a la mayoría de los mexicanos quien o quienes eran culpables de sus desgracias. La mafia del poder es la confabulación y alineación del poder político y económico para proteger sus intereses mientras fregaban al pueblo. Un grupo de políticos, empresarios y potentados que departían con puros y whiskies, lanzando odas al neoliberalismo y derrochando clasismo. Esa mafia en el poder gobernó desde López Portillo hasta Peña Nieto. López Obrador llegó y refundó el nuevo estado mexicano basado en la austeridad, la honestidad y el servicio. Es la mitología fundacional del obradorismo. Todo movimiento político necesita una narrativa fundacional. Una serie de conceptos, mayoritariamente falsos, que le doten de sentido e identidad. 

Como magistralmente teorizó Ernesto Laclau, para que un concepto como la mafia del poder se pueda convertir en un espacio que aglutine distintas ideologías políticas, se debe de vaciar de contenido. Es lo que llamó significante vacío en su libro “la razón populista”. Es la “casta” de Podemos, el “MAGA” de Trump o las élites de Bruselas en el Brexit. Un concepto lo suficientemente sólido para movilizar políticamente, pero lo suficientemente vació para darle la bienvenida a personajes tan disímbolos como Epigmenio Ibarra o Manuel Espino. 

El problema es que el uso del concepto tiene sentido mientras la acción política se distancie de aquello que denunció. Mientras se predique con el ejemplo. La mafia del poder fue vinculada, por el morenismo, a los gobiernos de Felipe Calderón y de Enrique Peña Nieto. Y las materializaciones o personificaciones de la mafia fueron García Luna o los gobernadores corruptos. La estela de luz o la Casa Blanca. Incluso el Aeropuerto de Texcoco fue un símbolo operativo de la mafia del poder. Y dentro de esa mafia, el crimen organizado no era un actor menor. Para que la mafia del poder existiera, eran ineludibles las fisuras del Estado. El narco operando y el Estado como ventrílocuo de espurios intereses. El fondo de la mafia del poder es que no mande el pueblo, sino una élite coludida por intereses legales e ilegales.

Tras siete años teniendo el control pleno del país -quitando algunas mínimas expresiones de oposición desde los estados-, Morena ha reproducido al pie de la letra todo lo que denunció como mafia del poder. La relación con los empresarios (Slim, siendo el máximo exponente); el control sobre los sindicatos (todos); la protección de los gobernadores como caciques intocables de sus territorios; la colusión con células criminales; el control de los tribunales; el nado sincronizado de la prensa cuando es requerido desde Palacio Nacional. Y, por último, la evidencia clara y tangible de la protección criminal hasta la cima misma del Estado. El caso de Adán Augusto López es eso: la constatación de la omertá (la ley del silencio y la complicidad) como política de Estado. Nos enteramos esta misma semana por El Universal, que Hernán Bermudez, exsecretario de seguridad en Tabasco, mano derecha de Adán Augusto y líder de La Barredora, tuvo protección estatal, federal y militar. Es el Estado. Fue el Estado. El estado como organizador del crimen, ¿a qué pasado no muy lejano nos evoca?

Existen dos consecuencias claras del affaire Adán Augusto. El primero, la muerte política del ex secretario de Gobernación es un golpe en la línea de flotación de los sectores más cercanos al expresidente López Obrador. No es un golpe residual, algo pasajero, sino que es en contra del hombre más poderoso del sexenio anterior. Adán Augusto andaba y departía con el poder del picaporte presidencial. Adorado por gobernadores y entronizado por buena parte de Morena. A pesar de la salida de López Obrador del poder, Adán Augusto quedó como uno de los hombres más poderosos del régimen. Su caída es también el derrumbe de la mitología casta del obradorismo. Adán Augusto es un espejo de Felipe Calderón. Lo que López Obrador criticó de su archienemigo Felipe Calderón, hoy lo puede ver reflejado en Adán Augusto, el hombre en quien más confió. El hombre que reemplazó, de forma plenipotenciaria, a Olga Sánchez Cordero cuando la política ineficaz de la ministra hundía la estrategia obradorista en las cámaras. 

Y la segunda: Morena comienza a romperse. Los regímenes autoritarios que son eficaces instalando la supremacía de un solo partido, tienden a romperse desde dentro. No olvidemos al PRI todopoderoso. Fueron secesiones internas las que comenzaron el proceso de democratización. Los cismas son la criptonita de las autocracias. La ausencia de “Andy” López Beltrán y de Ricardo Monreal es un indicativo. Morena comienza a dar síntomas de división no ideológica, sino política. Sheinbaum tiene aún más poder para negociar con López Obrador, en otros términos. Al final este fuego también se acerca a Palenque. Morena enfrenta su primera gran crisis política. 


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Enrique Toussaint
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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