La unión de cinco partidos bajo una candidatura nos está dejando extraños compañeros de cama. Kumamoto, Chema y Delgadillo, ¿quién lo hubiera previsto?
Una de las grandes diferencias entre los sistemas parlamentarios y los presidenciales es que, por lo regular, las coaliciones se negocian posterior a la votación. Y en campaña, los partidos están obligados a decir con quién pactarán y a cambio de qué. Siempre ha creído que el parlamentarismo es superior como sistema político al presidencialismo. Es capaz de representar mejor a grandes capas del electorado y parte de mayorías sólidas para gobernar. También el parlamentarismo obliga a hacer política, a encontrar puntos comunes; por lo tanto, tiende a marginar el extremismo y privilegiar la moderación.
Nadie en su sano juicio puede estar en contra de las coaliciones o alianza políticas, de manera esencialista. Es decir, por el simple hecho de que existan. Por el contrario, considero que en sociedades cada vez más plurales y complejas, los gobiernos deben ser una suerte de reflejo de coaliciones electorales. En muchas ocasiones, dichas coaliciones ocurren en el sistema de partidos -Canadá, España, Alemania, Italia- o al interior de los propios partidos -Estados Unidos o Reino Unido. Más que partidos unificados, en sistemas que privilegian los distritos de mayoría relativa, las pugnas se dan al interior de las organizaciones políticas. Por ejemplo, los demócratas: entre el ala moderada y aquellos que se llaman demócratas socialistas. O incluso en Morena, que siempre ha tenido un alma moderada y una radical. Aunque parece que la segunda hace tiempo que engulló a la primera.
Lo que es difícil de aceptar son mega alianzas que no comparten nada. Que ideológicamente siempre han sido el agua y el aceite. Si la ideología, tal como la entendía Antonio Gramsci, es el campo de batalla de la política, las coaliciones sin hilos programáticos son tomaduras de pelo. Por ejemplo, nos puede gustar o no, pero la unión de PAN, PRI, PRD -extraña sin duda- es la coalición que busca salvar al régimen de la transición 1997-2018. Se opone al cambio de sistema político de Andrés Manuel López Obrador y al proceso destituyente que ha abanderado el actual mandatario y su partido.

Veamos la otra coalición. ¿Qué une a Morena con el Verde? Pues, el negocio. Como bien ilustran Paula Sofía Vázquez y Juan Jesús Garza en su libro “la mafia verde”, los del Tucán son una organización corrupta más parecida a un consejo de administración de empresa ilegal que a un partido político. El Verde cae parado siempre y es el bastón del Gobierno en turno, lo encabece Fox, López Obrador o Peña Nieto. Con el PT, puro discurso, pero ningún hecho práctico. Los petistas van del trotskismo al maoísmo en un desayuno; no obstante, lo único que les interesa son las prerrogativas del partido. Se sienten cómodos con un partido pequeño con prebendas y acceso a recursos. La cartelización de los partidos que muy bien teorizaron Richard S. Katz y Peter Mair.
En Jalisco, a esta alianza se le unen dos partidos locales. Futuro que cuenta con la fuerza pública de Pedro Kumamoto. Durante años, Kumamoto criticó a Morena y sus excesos. Incluso en 2021, se enfrentó al partido guinda y aseguró que Zapopan nunca votaría por un partido como Morena. Kumamoto es un político progresista que tiene poco que ver con Morena. Y menos con sus compañeros de viaje, como su homólogo en Guadalajara: José María Martínez. El diputado local es el símbolo no sólo de la corrupción, sino también del chapulineo: llegó a explotar tres marcas partidistas (Morena, el PAN y Somos). Cobra una pensión pública ilegal a ojos de todos. En el mismo sentido, recordamos sus posiciones de ultraderecha que seguramente alguien como Kumamoto no comparte. Pues no entiendo que ideas ligan a Kumamoto con Martínez.
Hagamos ha hecho de la defensa del presupuesto público para la Universidad de Guadalajara, una de sus grandes banderas. Pues si un partido ha maltratado a las universidades públicas en este país se llama Morena. Olvidemos que quisieron cambiar por la puerta de atrás el artículo tercero y destruir la autonomía universitaria, el presidente ha comenzado campañas abiertas contra la UNAM, ha buscado destruir al CIDE y ha impulsado una serie de cien universidades -chafísimas- que sólo han debilitado la oferta académica en este país. Es difícil entender que Hagamos se vea reflejado en las posturas sobre educación que ha tomado este Gobierno Federal.
Repito: las coaliciones no son malas per se. Las coaliciones son destacables si nos explican para qué se quieren coaligar. El argumento es el cambio: ¿de verdad es el cambio? Para que llegue a Casa Jalisco Claudia Delgadillo, una ex priista del círculo más cercano del ex gobernador Aristóteles Sandoval. Ése es el cambio que ofrecen a la sociedad jaliscienses, que vuelvan aquellos que fueron vapuleados en las urnas. O un panista disfrazado de morenista en Guadalajara que le hace honor a los mejores postulados de Groucho Marx: estos son mis principios, pero si no te gustan, tengo otros. La mega alianza es un Frankenstein sin ideología, ni rumbo, ni proyecto.