La victoria de Gabriel Boric en la segunda vuelta chilena supone un terremoto político en Chile. Luego de la caída de la dictadura de Augusto Pinochet, en el sistema político chileno se había institucionalizado una especie de “turnismo”: la centroderecha y la centroizquierda se alternaban gobernar desde La Moneda. Sin embargo, las tremendas protestas de 2019 y el constituyente chileno transformaron la realidad política del país. Murió el sistema de la transición –como en México, por cierto– y gobernará un líder estudiantil de 35 años.
Boric dio un discurso de media hora en donde reivindicó las luchas políticas que lo llevaron a la Presidencia. Se acordó de las mujeres y la violencia; se acordó de la terrible desigualdad que afecta a Chile (al igual que México); tranquilizó a los mercados con una apuesta por el gradualismo, y hasta tuvo tiempo para demandar unidad. Incluso, durante su discurso, pidió respeto a la oposición reclamando un papel preponderante del consenso. Una cultura política envidiable: el ganador pide unidad y extiende la mano para el acuerdo, y el derrotado acepta sin matices la victoria de su adversario. Lecciones para el México en donde todos se declaran ganadores y nadie tiene la grandeza de reconocer al otro.
Boric simboliza más que ese Chile inconforme, incluso molesto, con el modelo económico predominante. Ese sistema económico que hacía de Chile el prototipo del neoliberalismo en América Latina. Un modelo económico que comenzó con la dictadura y el advenimiento de los “Chicago Boys”, y que se mantuvo durante la restauración democrática de los 90’. Simboliza, también, la juventud al poder. Boric es un milenial y aunque se asume de una transición que reivindica a Salvador Allende y a Patricio Aylwin, su narrativa se alimenta de las nuevas agendas de la izquierda: los derechos humanos, el feminismo, el ambientalismo. Eso que el presidente López Obrador define como agendas neoliberales.
El desafío de Boric es muy complejo. No es lo mismo motivar en una campaña que gobernar. Le dijo Sebastián Piñera, actual presidente chileno: tómate una foto antes de comenzar la presidencia y una después, para que veas lo difícil que es este trabajo. Boric está llamado a transformar el modelo chileno, orientado exclusivamente al mercado, hacia tierras de mayor justicia y equidad. Debe combatir la profunda desigualdad del país, la falta de acceso a oportunidades educativas y la concentración de la riqueza, pero sin sumir a su país en un terremoto de inestabilidades. Uruguay o Portugal son ejemplos de países que han logrado reducir la desigualdad y, al mismo tiempo, mantener estabilidad macroeconómica.
Y lo segundo: Boric debe demostrar que hay una izquierda en América Latina comprometida con la democracia y el pluralismo. Es decir, que es posible un camino progresista que no culmine en dictaduras como sucede en Venezuela o en Nicaragua. Una izquierda que reivindica sus causas, pero que de ninguna manera cede ni a la tentación autoritaria ni a la militarización del país. Un proyecto de izquierda que garantice derechos y se sepa separar del poder cuando las urnas así lo demandan. Con la victoria de Boric comienza un nuevo ciclo político de una región que parece que, otra vez, gira hacia la izquierda.
Enrique Toussaint
@eftoussaint