¿Quién no se ha echado un sueñecito bienhechor en el vagón metropolitano? Si a media tarde el o la metronauta tiene la fortuna de alcanzar un asiento, podrá distender el cuerpo, arrellanarse, entrecerrar los ojos y emprender el viaje plácidamente dormido, mientras sus compañeros de ruta platican o se ensimisman con ayuda de la abochornada atmósfera.
Es un viaje que para el metronauta habitual resulta rutinariamente tortuoso, aun si para el o la afortunada que logró hacerse de un asiento significa entregarse al descanso en las condiciones menos favorables, pero aprovechables.
¿Las miradas de envidia? Que resbalen, ya qué. Sentado, el lector aprovecha la oportunidad, extrae su material de lectura y se entrega a los mundos que dicha acción le ofrecen. Si de platicar se trata, es mejor hacerlo cómodamente que padeciendo los empellones propinados por usuarios que suben y bajan del vagón.
Si la lectura no es su fuerte, pero la plática es interesante, nada mejor que explayarse en los detalles desde la comodidad que otorga evitar el viaje nalga con nalga o barriga con barriga, haciendo caso omiso de las indirectas o esgrimiendo la pronta respuesta:
–Hum, qué tiempo hace que desaparecieron los caballeros…
–Todavía por aquí habemos varios, señito; lo que falta son asientos.
Aguante vara, ignoré la cara de pistola que le brindan o sea amable y ceda el asiento y quede como Todo un Caballero, dispuesto a padecer incomodidades pero no afrentas en el transporte público.
–¿Gusta sentarse, seño?
–Eso es burla, don: llegamos a la terminal…
–Huy, no me di cuenta, disculpe usted.
–Disculpe, dis-cul–peee… Como si eso arreglara la falta de decencia…
El aludido prefiere fingir demencia y hacerse el desentendido, pues ha visto que situaciones semejantes suelen derivar en violencia. Ni pa' qué buscarle… Mejor entrecerrar los ojos, abandonarse y dormir.
La lluvia potencia los aromas. En Jamaica arribaron metronautas con arreglos florales adquiridos en el cercano mercado. Los jazmines desprenden, esparcen su aroma.
“Aquí no suceden cosas/ de mayor trascendencia que las rosas”, escribió el poeta Carlos Pellicer. El arribo de un arreglo floral trae los versos del tabasqueño a la memoria y hace más llevadero el trayecto.
La lluvia ocasiona un traslado más lento de lo habitual. Nada que resulte extraño al metronauta empedernido. Aunque no faltan los impacientes, hastiados y de mal humor:
–A ver a qué horas, a ver…
Y aún falta llegar a la terminal, pegar carrera rumbo al paradero Pantitlán y aguardar la salida de un camión con asientos disponibles para continuar la siesta reparadora.
Los metronautas salen de los vagones en estampida y en el paradero hacen fila para abordar la pecerda o el microbio que los acercará a su destino. El arribo a la unidad es más ordenado.
El ingreso al barrio brinda la sensación de seguridad, de relajamiento, de vuelta tras la aniquilante jornada laboral: una vuelta de tuerca más a la insoportable brevedad del ser. La señora de las quesadillas ya armó su puesto, al igual que la del pan. En la vinatería los teporochos se congregan para recibir la pachita con la dosis, la del estribo, la de las buenas noches. Pese a la lluvia. Salud.