El hombre se embebe observando los cables del alumbrado donde las palomas torcazas se posan; la monotonía del cucú, cucú, cucú, lo remiten a su infancia y juventud en el rancho, cuidando de borregos, chivos, mulas y uno que otro viejo buey.
Como muchos de origen rural, el hombre considera que el alero donde anidan las torcazas señala que un día la fortuna llegará.
–Eso decía mi pá, y pues pa qué desmentirlo: capaz y es cierto, se nos hace la buena y deja uno de de apretarse el cinturón. Qué tiempos aquellos: sin preocupancias, ni prisas ni empujones. Le digo a mi vieja que deberíamos irnos al rancho, pero como siempre, ni tantito me oye la mujer…
El hombre interrumpe su soliloquio cuando escucha la campanilla que anuncia el paso del carro de la basura. Descuelga y se cala el sombrero antes de ir al rincón y arrastrar el enorme bote que ya derrama su contenido.
–Sabrá Dios de dónde sale tanto mugrero. Y eso que apenas sí tiene uno para mal comer y mal vivir. Hasta el de la basura pone mala cara si le das cinco pesos de propina. Ni que tuviera uno la maquinita de hacer billetes.
Para el hombre, su comedimiento para salir a la calle con la basura es mero pretexto para desentumecerse y de pilón encontrar con quién establecer lo que llama “la platicada”.
–Allá dentro hasta el gaznate se pega por no tener con quién hablar. Eso se extraña de cuando uno trabajaba. Para bien o para mal echaba uno perico: acerca de la chamba, de los compañeros, de las condiciones del trabajo, hasta de las chamaconas se ocupaba uno. En el camino, de la parada del camión a la casa, sin prisas y ya relajado, no faltaba vecino con quien uno se encontrara para enterarse de la vida en el barrio.
El hombre es bueno para la platicada. Otras personas como él, jubiladas o sin empleo, también aprovechan la oportunidad y forman grupitos de platicadores mientras hacen cola para entregar los desechos hogareños.
–Puede que no haya que comer, pero basura nunca faltará para tirar. La de buenas que el servicio ha mejorado, no como antes que tenía uno que hacer agujeros en el patio para enterrar los desperdicios.
–Pero nunca está uno conforme, compadre. En la vida nos la pasamos quejándonos pero cuando ya vemos cerquita la calaca entonces sí aquilatamos nuestro paso por este mundo.
–Por los inconformes es que el mundo cambia, compadre. No más acuérdese de cuando íbamos a manifestarnos al palacio municipal, a exigir más y mejores servicios. Porque como dice el dicho: el que no chilla no mama.
–Eso que ni qué. Porque con los políticos, ya se sabe: cuando andan buscando el voto prometen el cielo y las estrellas. Ya después se olvidan de uno. Y alégueles, compadre.
–No, pues sí.
–Las de buenas que la gente es cada vez menos dejada. Si no sabe sus derechos, le busca y exige. Y si no, también. Son otras generaciones, otros tiempos. Y qué bueno, porque sólo así el mundo avanza y cambia.
–Para bien y para mal, cambia. No todo es color de rosa, compadre. Que es lo que uno quiere. Pero no todo se puede en esta vida. Qué aburridas nos pegaríamos, pa' qué más que la verdad, pienso yo.
–Piensa bien, pero camínele que la fila avanza, compadre. Camínele o nos oxidamos.