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La Abolición del Antagonista, la intimidad en la voluntad disciplinada.

Durante años, concebí la vida como un campo de batalla invisible. Sin espadas ni trincheras, pero lleno de silenciosas escaramuzas emocionales. 

Atribuí a ciertas personas el papel de enemigos, figuras simbólicas que, por omisión o por presencia, dificultaban mi camino. 

Pero en ese teatro de sombras, no eran ellos quienes dictaban mis estados de ánimo: era mi inconsciente quien los elevaba al rango de amenaza para justificar mi propia parálisis interior.

El giro vino con una comprensión filosófica esencial. 

Un principio que Heráclito esbozó entre líneas: el conflicto no es externo, sino constitutivo del alma humana. 

Mis enemigos no estaban allá fuera; eran proyecciones de mi caos no gobernado, excusas estéticas para no asumir mi voluntad como principio rector.

Fue entonces cuando entendí que la filosofía no es un ejercicio académico, sino una herramienta de autogobierno. 

Comprendí que nadie me debe una narrativa y que el mundo no está en deuda con mis expectativas. 

Así, me deshice del lenguaje de la víctima y comencé a afilar herramientas que me permitieran gobernar la mente y no ser gobernado por ella. 

Entendí que no son los hechos los que nos perturban, sino el juicio que emitimos sobre ellos.

Pero esta claridad no vino sola. Fue la disciplina la que me enseñó a sostener ese estado de lucidez. 

Al integrar hábitos radicales en su simpleza, la filosofía dejó de ser una isla teórica para convertirse en continente vital.

Hoy puedo decir que no tengo enemigos porque he renunciado al derecho de culpar. 

La adversidad ya no es una figura con rostro, sino una condición del terreno que he aprendido a transitar con serenidad. 

Mi ánimo ya no oscila con el clima emocional de los demás, sino que se estabiliza en la lógica interna de mis convicciones.

Y en medio de esa revolución interna, una nueva musa se me reveló: el progreso. 

No el progreso entendido como acumulación de logros o estatus, sino como desplazamiento consciente hacia un yo más articulado, más sobrio, más libre de la ficción del ego lastimado.

Así, avanzo sin ruido, pero con fuego. 

La vida ya no es una guerra, sino una forma de arquitectura donde cada día que transcurre es un ladrillo que me dispongo a colocar con precisión, con humildad y sin enemigos.

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Eduardo Emmanuel Ramosclamont Cázares
  • Eduardo Emmanuel Ramosclamont Cázares
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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