Más de cincuenta migrantes murieron en la caja de un tráiler en San Antonio, Texas, Estados Unidos. Se acabó el aire mientras buscaban una nueva vida. Sus cuerpos quedaron ahí, cubiertos con un condimento para presuntamente ocultar el olor a muerte, como si los traficantes ya hubieran comprobado su efectividad. Los demás seguían respirando, apenas. Una historia más de terror que muestra la deshumanización de quienes lucran con la esperanza de miles de personas de encontrar un mejor mañana.
Nadie deja todo lo que conoce de un día para otro solo porque sí. La violencia, la pobreza y la desesperación arrancan de sus raíces a miles de personas que intentan sobrevivir en un camino incierto y espinoso. Y en ese trayecto, se quedó Josué, originario de la región mixe del norte de Oaxaca, donde dejó a su esposa e hijo, y abordó el vehículo de carga, en el que, según sus familiares, “viajaría más cómodo”, como les prometieron. Junto con él, fallecieron Pascual Melvin y Juan Wilmer, de 13 años, primos del pueblo indígena de Nahualá, Guatemala, que escapaban del hambre en su hogar.
Hoy sabemos quiénes eran, pero miles pierden en su apuesta por el “sueño americano”. Se convierten en migrantes anónimos que se suman a la cifra de muertos y desaparecidos en su travesía. El hecho se convierte en noticia un par de días y un mensaje hueco de las autoridades lamentando la tragedia. Después, nada. Vuelve a empezar.
En diciembre de 2021, los titulares lo ocuparon el accidente de Chiapas, cuando 160 migrantes viajaban hacinados en un camión y terminó volcado: 55 murieron. Ese mismo año, se encontraron 19 cuerpos calcinados en Camargo, en la frontera entre Tamaulipas y Texas, disputada por grupos criminales. Las víctimas eran de San Marcos, Guatemala. La zona también fue escenario de la masacre de San Fernando, en 2010, cuando Los Zetas secuestraron y asesinaron a 72 centroamericanos.
Hombres, mujeres, niños y niñas víctimas de una violencia sistemática y racista que solo intentan huir de la tierra que le escupe y mata; corren tan lejos y tan rápido como pueden, con el dolor de dejar a sus amores y el cansancio de sus pies; con el miedo a cuestas y la fe en el pecho. Así, se avientan a un territorio desconocido, acompañados de la muerte. Hoy, ya otros emprendieron el viaje.
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