Está por finalizar en México la pesadilla de un gobierno depredador y pendenciero, y lo importante es impedir el advenimiento de otro peor.
La historia nacional que nos han endilgado durante siglos (y ahora de manera recrudecida) vasta en embustes maniqueos, ha generado divisiones y enconos racistas entre la población, y en amplios sectores de ella una actitud violenta pero derrotista, por considerarse perpetuamente conquistados; son derechohabientes empedernidos, siempre insatisfechos. De la abulia, la displicencia y la abnegación, pasan rápidamente a la pugnacidad desbordada.
Por eso, es fácil entender por qué florecen en la política el cinismo y los atropellos, envueltos en ofertas halagadoras y mentirosas, dirigidas a mentes débiles, con poca consistencia ética, sin auténtico compromiso de solidaridad y, por supuesto, ignorantes del sentido del honor, entendido éste como el respeto a la propia dignidad.
Por tales motivos, muchas personas pasan recurrentemente de la esperanza a la frustración y de la ilusión a la desilusión. El considerar sinónimos “poder” y “grandeza” ha propiciado la soberbia de gobernantes y la sumisión (temporal) de millones de gobernados.
En la comunidad se han perdido valores esenciales para la sana convivencia; es febril y despiadada la destrucción de la naturaleza, y el actual gobierno repudia el maravilloso mundo de la ciencia y la tecnología.
Al no existir oportunidades de superación humana para la mayoría de los mexicanos y al ver éstos frustrados diariamente sus esfuerzos, se propicia la mediocridad estéril y rencorosa, y la búsqueda del “triunfo” rápido, así sea en el ámbito criminal.
Está quedando un México yermo para los niños y jóvenes de hoy y de mañana.
¿Por qué considero así de trágica y dolorosa la realidad nacional? Porque contra hechos no hay argumentos, y porque es urgente convocar a millones de mexicanos, hombres y mujeres de buena voluntad, a incorporarse de lleno en la tarea política (dentro o fuera de los partidos y los gobiernos) para darle a ésta la eminencia debida si queremos lograr un México en donde todos podamos nacer, vivir y morir en paz; porque creo en la vitalidad física y espiritual de una juventud ávida en ocupar trincheras para elevarse y servir; porque la desolación causada por los perversos sería imposible sin la aquiescencia de los medrosos y cobardes; y porque a los gobernantes les debemos recordar constantemente la sentencia de uno de los libertadores de América del Sur, el general José de San Martín: “robar es delito, pero arruinar al país es traición a la patria”.
Es inevitable el ignominioso final de este gobierno, derrotado por sus propias miserias, pero debemos fortalecer a nuestras instituciones para detener la ruina nacional y no caer en una mayor y más sangrienta anarquía.
Diego Fernández de Cevallos