Durante las últimas entregas hemos venido haciendo una analogía del Infierno de Dante Alighieri descrito en “La Divina Comedia”. Subiendo las nueve espirales del infierno conocimos y reflexionamos la manera en cómo los mexicanos con nuestro hacer; y peor aún, con nuestro NO HACER, hemos construido un infierno en la tierra.
En la última entrega analizamos los otros datos del infierno que son los temas de inseguridad que no sólo aquejan, sino que azotan a millones de mexicanos.
En esta ocasión quiero reconocer a millones de connacionales que no han construido el infierno, sino que han sido desplazados y obligados a transitar por él. Me refiero a los migrantes.
La diáspora mexicana es una de las más grandes de todo el mundo y eso “que no estamos en guerra” (aunque los datos de muertos por violencia son similares).
De acuerdo a páginas del gobierno, en 2017 poco más de 13 millones de mexicanos se encontraban en situación migratoria. De que 11.6 millones se encuentran en Estados Unidos y el resto en otros países.
EUA y México son por mucho el corredor migratorio más grande del mundo. En el mismo año los migrantes eran 46.5% mujeres y 48.1% hombres. En los últimos años las mujeres han aumentado dos puntos porcentuales, de tal manera que por cada hombre que migra lo hace una mujer.
La migración tiene múltiples causas como pueden ser los estudios o el trabajo. Pero la mayoría de las personas son migrantes forzosos, es decir, son personas desplazadas por una pobreza insostenible, la falta de oportunidades y la inseguridad que hay en sus comunidades.
Da pena decirlo pero es cierto: En México existe una marginación social brutal con casi el 9% de mexicanos en situaciones de pobreza extrema. Esto significa que de los 131 millones de mexicanos, poco más de 11 millones viven con menos de dos dólares al día por familia. ¡Pobreza alimentaria!
Hemos escuchado muchas veces aquello de “primero los pobres”. Pero esta frase ha sido la burla de este y de muchos sexenios. Se reduce sólo a un slogan de campaña y propaganda política para que el oficialismo diga lo que el bono de esperanza que tienen los mexicanos quiere escuchar.
Ningún programa social en México ha sido serio y eficaz; ninguno combate de manera frontal y directa a la pobreza. Son programas 100% asistenciales con objetivos electorales.
Sólo con los datos dados por el gobierno y las políticas públicas descritas inferimos que el fenómeno de la migración por seguridad, pobreza y marginación está muy lejos de disminuir y muy cerca de incrementarse.
Las causas de la migración de connacionales están en México y no en Estados Unidos. Entendamos de una vez qué es lo que hemos dejado de hacer, lo que empuja a tantos hermanos a jugarse la vida en semejante diáspora.
No quisiera que como lector te quedaras con números fríos que encuentras en cualquier página de internet o que escuchas de nuestro querido presidente cuando manipula a su favor los datos.
Haz un ejercicio serio de la imaginación y de profunda reflexión que va más allá de los largometrajes de Hollywood donde ves el drama de la migración. Piensa que cada migrante no es sólo un dato estadístico, sino una persona con nombre y apellido, con una historia y probablemente con una familia rota.
La crisis de carácter ético, político y social es la que desplaza a millones que se ven forzados a cruzar el río, el muro y el desierto.
Pero el migrante no sólo tiene que cruzar un río de desesperanza, un muro de indiferencia y un desierto de soledad. El migrante resiliente por naturaleza rebasa fronteras más allá de lo físico y lo geográfico; debe vencer sus miedos y superar sus duelos; debe desprenderse de lo que más ama para dejar de sobrevivir y comenzar un poco a vivir.
Los días más aciagos de un migrante no son los días y las horas de viaje en un camión de polleros; no es el agua helada del Río Bravo en invierno o los más de cuarenta grados centígrados del Desierto de Arizona. Lo más difícil, el muro más duro y difícil de superar no es el estúpido muro de Trump, sino el dolor de dejar y desprenderse de sus seres queridos, de su tierra, sus raíces, de su patria, de sus padres, de sus hermanos, de sus abuelos, de sus tíos y de sus primos sin saber si algún día los va a volver a ver.
¿Y todo para qué?
No necesariamente para llegar al paraíso y a la tierra prometida que es el sueño americano. Todo para escapar del infierno de la inseguridad, de la pobreza y desigualdad que los políticos corruptos y demagogos han permitido que se construya en México en las últimas décadas. Todo para llegar a un infierno “menos malo" y convertirlo poco a poco en purgatorio para después construir su propio paraíso, construir su mal llamado “Sueño Americano”.
Desgraciado el gobierno que atribuye a sus políticas económicas y sociales que el peso mexicano esté fuerte frente al dólar. De acuerdo al Banco de México en marzo de este año los ingresos por remesas alcanzaron un histórico de 5,194 millones de dólares.
Esa estabilidad no es fruto de una política económica inteligente, sino gracias en parte al sacrificio, el sudor y lágrimas de éstos millones de mexicanos que sacrificaron todo y que tuvieron que rebasar todas esas fronteras físicas, psicológicas y espirituales. Después de casi dos décadas logran establecerse en el otro lado y subsidiar a su familia mandando algo de dinero. Ven algo de luz al final del túnel.
Ellos fortalecen nuestra economía y la de Estados Unidos. Llegan en su primera etapa de migrantes a vivir en casas donde cohabitan con más de veinte personas desconocidas, durmiendo en catres, colchonetas y rincones en el piso; se bañan con agua fría y tienen hasta 3 trabajos para pagar su renta, vivir y mandar algunos dólares a México.
En la etapa de origen pasan por el infierno de la pobreza y de la inseguridad que hay en México; después de ahorrar por años migran bajo el acecho del crimen organizado y de la policía corrupta que les quita lo poco que les queda. Después de semanas o meses de viaje al fin logran cruzar la frontera para comenzar a vivir un purgatorio con jornadas de 18 horas de trabajo, de enfermedad, soledad y nostalgia. No es hasta que después de muchos años, casi veinte, empiezan a tener algo de estabilidad y comienzan a construir sus propios sueños.
Ponen su vida en una sociedad con múltiples defectos, pero que, a diferencia de la nuestra, el trabajo y el esfuerzo se ven compensados.
Ojalá que desde nuestros liderazgos y desde nuestras trincheras construyamos juntos un “Sueño Mexicano”. El mejor México posible donde la gente de otros países nos mire como la gran oportunidad de salir de sus infiernos, de invertir, de disfrutar de la calidad y calidez de los mexicanos y sin miedo a una bala cruzada o a un secuestro. Donde los empresarios paguen lo justo y traten con dignidad a sus colaboradores; donde los colaboradores se pongan la camiseta y hagan prósperas a las empresas; soñemos un México donde las riquezas naturales sean el gran atractivo turístico, donde conservemos el medio ambiente y los ecosistemas sanos.
Un México de clases medias, incluyente. Donde nadie se quede atrás y nadie se quede fuera. Construyamos el mosaico de un México sano, justo, seguro y próspero; de un México que crece económicamente y que aumenta la clase media erradicando la pobreza extrema que es tan ofensiva para un país tan rico.
Sólo así podremos decir algún día:
Me quiero quedar en casa.
¿Sabes por qué?
Porque en mi México, porque en mi casa y en mi comunidad encuentro seguridad social, afectiva y económica.
Porque aquí me siento feliz y puedo desarrollar todas las potencialidades de mi ser.
¡CONSTRUYAMOS NUESTRO PARAÍSO AQUÍ, NO ALLÁ!