Michael Sandel es uno de los filósofos políticos que han logrado describir con mayor precisión el malestar de las democracias y del capitalismo contemporáneo. La tecnocracia y una excesiva fe en los mercados son algunos de los factores que han ido abriendo una brecha cada vez más grande entre las élites y la mayoría de la población y su confianza en la democracia. La tecnocracia, que afirma que solo las personas que tienen capacidad técnica deberían gobernar, mientras el acceso a los grados educativos más altos está condicionado por el origen social. Y, por otro lado, el predominio de los mercados, que hace que muchos derechos humanos fundamentales, como la seguridad, la salud, dependan de la capacidad económica para “comprarlos”. Estos dos elementos son un cóctel explosivo cuando se les añade la idea de la meritocracia, la concepción de que cada quien puede llegar, en una sociedad, hasta donde su esfuerzo y capacidad le den, independientemente de muchas otras condicionantes sociales. La idea del mérito es atractiva para fomentar la responsabilidad sobre el propio destino o para entusiasmar a los jóvenes a dar su mejor esfuerzo. Sin embargo, la meritocracia elabora un discurso que justifica a los que están arriba porque lo merecen y culpabiliza a los de abajo porque les dice que su condición es el resultado de su falta de esfuerzo y de preparación.
En el libro de lectura obligada, La Tiranía del Mérito, Sandel analiza la derrota de Obama contra Trump en esos términos. Los demócratas mantuvieron políticas tecnocráticas y neoliberales en las que el discurso sobre los valores, sobre la justicia, estaba ausente. Pero, además, Obama repitió permanentemente, a lo largo de su mandato, la idea muy norteamericana de un país con oportunidades en el que cualquiera puede llegar a ser presidente incluso alguien como él. El discurso meritocrático exhibe a los cuatro vientos a los “garbanzos de a libra” que lo logran. Ese discurso fue construyendo una frustración en las clases trabajadoras que laboran ocho horas diarias sin posibilidades para acceder a una vida mejor, metidos en una competencia feroz y desigual permanente. En las mayorías denostadas por la meritocracia, crece la esperanza: es el país, el sistema, quien les ha fallado y es posible vencer a los enemigos y cambiar las estructuras que los oprimen. Eso ayuda a explicar el triunfo de López Obrador. Pero es también una llamada de atención a los que quieran manejar la campaña de Xóchitl Gálvez cimentándola en el atractivo meritocrático de “la niña que vendía gelatinas y llegó a ser diputada”. Solo las propuestas claras y autocríticas que apunten a una economía más equitativa y solidaria podrán sembrar esperanza.