No sería la primera vez que un presidente busque pleitos fuera de sus fronteras para darle la espalda a los problemas internos y distraer a la opinión pública, hasta donde estire la cuerda. Sin embargo, lo de Javier Milei parece trascender la estrategia de distracción y alinearse además con un servilismo inminente a lo que él mismo denomina “los valores de occidente”.
Milei está apostando por una diplomacia identitariamente occidentalista y mucho más cercana a los Estados Unidos, especialmente a Donald Trump, que otros países de la región. Su inocultable admiración por el expresidente y seguramente candidato del Partido Republicano y por la exmandataria Margaret Thatcher; su defensa férrea de la actuación impoluta de Israel en Gaza; su protagonismo en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC); sus constantes abrazos con la ultraderecha mundial y su lucha “contra el socialismo internacional y el colectivismo”, son algunos de los elementos que ponen sobre la mesa una adscripción internacional más ideológica que institucional.
Llamar “guerrillero comunista y plaga letal” al presidente Gustavo Petro o calificar de “ignorante” al mandatario Andrés Manuel López Obrador corresponde justamente a ese servilismo y alineamiento ideológicos y no a la realpolitik de las relaciones internacionales, desconociendo, por ejemplo, que un país como Brasil, con un gobierno de izquierda y un fuerte liderazgo en la tarea integracionista y a cuyo presidente también ha agraviado, es su principal socio comercial.
“Digo que occidente está en peligro justamente porque en aquellos países que debiéramos defender los valores del libre mercado, la propiedad privada y las demás instituciones del libertarismo (...) están socavando los fundamentos del libertarismo, abriéndole las puertas al socialismo (...)”, pronunciaba Milei en el Foro Económico Mundial en Davos.
Personajes como Jair Bolsonaro, Donald Trump y Javier Milei se ven a sí mismos como los únicos llamados a “revolucionar” —y capaces de hacerlo— estructuras económicas, políticas y sociales en un mundo que ha perdido el rumbo, y cuya lucha terminará en la construcción de una figura del Estado distinta, una en la que pierda su rol protector y redistributivo.
Tampoco podemos esperar que un gobierno que “funciona” hacia adentro sin consensos, sin ningún tipo de negociaciones, desde el chantaje, los insultos y las amenazas, como el que caracteriza al de la motosierra, funcione hacia afuera de manera distinta.
Mientras perseguimos autoritarismos con saña en otras partes de América Latina (no digo que no los haya), en Argentina se va consolidando uno disfrazado, en el que solamente un supuesto Mesías y su gente pueden decidir aspectos de la vida colectiva de la gente, a costa de su propio bienestar y mientras que la libertad es únicamente para el mercado.
El freno frente a la despolitización y el individualismo que impulsa Milei está en las resistencias de los sindicatos, las organizaciones sociales, las de defensa de los derechos humanos, los estudiantes, las mujeres; todos y todas quienes han encarnado y garantizado décadas de conquistas sociales y derechos en la Argentina.
En ese sentido, la perspectiva latinoamericana y la integración regional, que avanza lamentablemente a paso muy lento, también son trascendentales para enfrentar el desafío que representa la articulación de las fuerzas más retrógradas de la derecha en el continente.