El tiempo pasa en un abrir y cerrar ojos, tengo en mi memoria los gritos eufóricos del público en los Juegos Panamericanos 2011, el gimnasio a reventar y ni una butaca vacía, algo que nunca imaginé que se volvería repetir. Ahora tengo los gritos de mis hijos que son más ensordecedores que aquellos de Guadalajara y justo esos momentos me hacen reflexionar que fueron muchos años de mi vida siendo una atleta de alto rendimiento.
Tengo tantos recuerdos, uno de ellos, cuando era una niña pasaba horas en el gimnasio, mi mamá nos llevaba todos los días a mis dos hermanas y a mí, todo para vernos practicar horas y horas cada lanzamiento, cada giro, cada salto y cada rutina. Ahora me pregunto cómo le hacía para estar cada día ahí con una sonrisa después de coser lentejuela a mis leotardos y aun así estar con las palabras indicadas para que continuáramos trabajando al máximo en cada entrenamiento.
Gracias a mi mami soy la persona que soy, gané muchas medallas a nivel nacional e internacional y fui pionera en la gimnasia rítmica. En este momento comprendo qué es el verdadero alto rendimiento, antes me quejaba porque estaba cansada después de entrenar ocho horas diarias, ahora que soy mamá comprendo que esos eternos entrenamientos no son nada comparado con el trabajo y sacrificio que hacemos todas las madres día a día para que nuestros hijos esté bien.
Si me preguntan, ¿cómo me ha cambiado la vida ahora que soy mamá? Antes la vida giraba en torno a mí, era estar pensando mañana, tarde y noche en gimnasia, ahora todo gira en torno a mis hijos, la emoción que me daba lograr un lanzamiento de alto grado de dificultad ahora la siento en cada paso que da mi hijo o en cada palabra nueva que dice mi hija.
Esos nervios antes de salir a competir son los mismos que me dan cuando hay un festival o me manda llamar la Miss para decirme algo sobre Aleia; sigue siendo una vida de alto rendimiento, lo único que cambia es que antes eran 8 horas diarias y un día de descanso, ahora son 24 horas, todos los días y sin días de descanso.
Mis aspiraciones han cambiado, en su momento visualizaba una medalla, hoy cierro los ojos y trato de visualizar qué harán mis hijos de grandes: ¿Serán gimnastas, taekwondoínes, médicos?
Justo esta incógnita provoca una sonrisa y un palpiteo en mi pecho, más aun cuando mi hija de cuatro años ve videos de mis rutinas y dice que quiere ser como mamá, no sé si es nostalgia o una alegría indescriptible, pero inmediatamente esto provoca en mis ojos un brillo cristalino, aunado de manera inmediata una incertidumbre de no saber si la llevaré por buen camino como lo hizo mi mamá.
¿Miedo?, no lo sé, lo único que sé es que daré lo mejor de mí sin importar cuántos obstáculos tenga que pasar; ya veremos qué nos depara el futuro, lo que les puedo asegurar es que nada en este mundo me da mayor felicidad que ser mamá.