“El ave canta, aunque la rama cruja” C. Pellicer
El buque escuela Cuauhtémoc, insignia de la Marina Armada de México ha sido durante décadas emblema flotante de nuestra soberanía, identidad naval y temple nacional.
Su nombre evoca al último tlatoani mexica, al joven guerrero que, aun vencido no se rinde y que significa “el que desciende como águila”.
En la cosmovisión mexica, el águila que desciende no huye: ataca, encara, resiste.
Pero esta vez, cayó. Cayó en aguas extranjeras. Cayó herido. Cayó con las alas rotas.
Un accidente que a todos nos puede, pero sobre todo, porque hay eventos que se pueden evitar cuando de por medio hay vidas.
El accidente no fue solo un desperfecto técnico; fue un fallo simbólico. Cuando un símbolo nacional sufre, lo hace también la nación.
Las imágenes del buque accidentado nos provocan dolor y tristeza. Nos recuerdan que incluso lo más glorioso es vulnerable.
Y esto ocurre en un contexto delicado: la tensión geopolítica con nuestro vecino del norte que no cesa en amenazar nuestra soberanía.
La Cuarta Transformación se propuso enderezar el rumbo del país con el timón moral de “no mentir, no robar, no traicionar”. Pero el gobierno de un país no es una lancha ligera.
Es un buque pesado que arrastra siglos de historia, cultura e inercias.
Conducirlo exige algo más que voluntad: exige humildad, pericia y un horizonte claro.
El Cuauhtémoc averiado, podría simbolizar los primeros desgastes de un proyecto político en mares difíciles donde la constante de muchos políticos es traicionar, robar y mentir con una obsesión asnal por el poder.
Hoy más que nunca la Cuarta Transformación necesita recuperar la mística que le dio origen. Necesita volver a su brújula: Al pueblo.
Así como el Cuauhtémoc requiere reparación técnica y una explicación detallada de las causas del siniestro, el proyecto nacional requiere reparación ética y moral.
En este contexto, la presidenta de México tiene ante sí un doble reto: ejercer como jefa de Estado y comandanta suprema una transformación que se gestó desde hace más de 24 años cuando empezaron a gobernar la Ciudad de México. Su formación como física no es un adorno biográfico, sino una clave de análisis del poder racional.
Gobernar desde la lógica, desde la evidencia, desde la coherencia interna y sobre el acuerdo es lo que le permitirá una gobernabilidad estable y sin contratiempos.
Como bien nos recuerda Max Weber teórico de la administración pública, el político no es el que actúa con pasión desbordada ni el que sacrifica sus convicciones en nombre del pragmatismo inmediato.
Es aquel que conjuga ética de la responsabilidad y ética de la convicción.
La responsabilidad de sostener el timón aun en medio del oleaje y la tormenta vale la pena cuando se habla de transformación.
México requiere políticos que no teman al desencanto ni se embriaguen con el poder que a muchos los vuelve locos y estúpidamente impresentables.
Se necesitan políticos que sepan ver en la adversidad la oportunidad de reafirmar que las crisis (como dirían los orientales), también significan cambios.
El buque Cuauhtémoc nos recuerda que todo movimiento lleva riegos y eventualidades.
Que este lamentable hecho solo sea el espejo de lo evitable y de la advertencia que cuando hay descuidos, hay costos y en el peor de los casos pérdidas humanas.
Hacemos votos porque el Cuauhtémoc vuelva a surcar los mares y el mundo entero para llevar la grandeza de México y de nuestro pueblo.
@CUAUHTECARMONA