Política

Sobre advertencia no hay engaño

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  • César Romero

En los primeros días, qué digo días, en las primeras horas después de aquella mañana infame de aquel martes 11 de septiembre de 2001, ya sabíamos que habría una respuesta bélica a los ataques a las Torres Gemelas, en Manhattan y a El Capitolio, en D.C. También quedaba muy claro que la autoría de dichos crímenes apuntaba hacia Al-Queda y que su líder era un árabe de sangre azul llamado Osama Bin Laden.

De cualquier modo, las guerras contra Irak y Afganistán comenzaron casi año y medio después. La primera reacción fue el pasmo. Así somos, aunque sepamos que el tsunami se viene encima, de todos modos, suele agarrarnos "por sorpresa" cuando llega. En este caso, me refiero al cataclismo llamado Donald.

En parte porque nuestras mentes han reducido su alcance y capacidad analítica a los segundos que suele durar un tiktok o un post en X, el hecho es que casi siempre funcionamos por inercia y cuando, por cualquier razón, ésta se interrumpe, no sabemos responder.

Aunque ya fue inaugurada --por decreto-- la nueva época dorada del imperialismo yanqui, el mundo sigue atrapado en la ilusión de que todo sigue igual.

Por supuesto que no es así. Aunque nuestras mañaneras sigan invocando al viejo nacionalismo patriotero, aunque en la esquina de la calle 42 y la primera avenida de Manhattan se siga predicando el multilateralismo y la solución pacífica de todos los conflictos, el mundo ya cambió.

Puede que no se note demasiado si juzgamos a partir del tráfico en nuestro camino hacia el trabajo y de regreso, o los precios de los productos que compramos en el mercado y las audiencias esperadas para el Super Bowl del domingo. Pero si nos fijamos bien, los engranajes de la historia ya se están moviendo. Mentiroso, misógino, racista, el personaje puede ser muchas cosas, pero normalmente, sus amenazas, las cumple.

No debemos que el tema de los aranceles no es un objetivo final, sino un arma para sacudir y aterrorizar justo donde más le duele a los poderosos: sus bolsillos.

Mover un mastodonte de 330 millones de personas con una producción anual de 29.1 millones de millones dólares no es automático. Alinear los consensos políticos con la voluntad popular y los grandes intereses económicos estadounidenses "no son enchiladas".

La deportación masiva de inmigrantes en buena medida será una especie de guerra interna contra las pandillas callejeras y/o una especie de purga contra las minorías étnicas y quiénes se atrevan a desafiar el nativismo dominante. Más allá de los retos logísticos que el tema implica --sobre todo en la relación con México--, este es un asunto esencialmente ideológico: reforzar la ilusión de que Estados Unidos puede volver a ser un país de raza blanca. El objetivo central de las redadas no son las estadísticas, sino su uso propagandístico.

El tema de los cárteles mexicanos no tiene nada que ver --o casi nada-- ni con la eliminación del consumo de drogas en Estados Unidos o con el combate de la corrupción o violencia que estos grupos criminales producen en México. Será, sobre todo, un espectáculo para promover la industria bélica estadounidense y una especie de mensaje de fuerza hacia el resto del mundo.

Cumplir al menos estas amenazas tomará tiempo, pero dada su importancia para el proyecto que Mr. Trump encabeza, se antoja casi imposible que no se proclamen como grandes victorias de la nueva "Grandeza Americana". Lo mismo con la "compra" de Groenlandia o la "recuperación" del canal de Panamá.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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