Comparto aquella idea de que renegar del pasado es algo así como escupir para arriba. Por ello, ni se me ocurre rechazar la primera mitad de mi vida profesional; esto es, mi vida como reportero; al contrario. Me parece que el oficio periodístico es una profesión perfecta para alguien que considere la curiosidad como una virtud y la disciplina casi como una monserga. Lo mío es cuestión de perspectiva.
Obvio, el tema de la comunicación me sigue interesando. La revolución digital --de la masificación de las computadoras y el internet para acá--, transformó del mundo en un espacio mucho más pequeño en el que la cantidad de información a nuestro alrededor nos inunda.
Por lo que alcanzo a entender, no habrá retroceso en esas especies de distopías que describen, Byung-Chul Han en Infocracia y Yuval Noah Harari en Nexus. Y aunque no veo en la Inteligencia Artificial Generativa al Skynet de la película Terminator, sí considero que, debido al avance tecnológico, hemos cruzado el Rubicón y el universo mediático se ha quedado anclado adentro de la lógica del espectáculo y el entretenimiento.
Deep fake y Fake News son etiquetas nuevas para fenómenos antiguos. La Historia misma (como especialidad), las ideologías y las religiones son paquetes de muchas palabras y algunas ideas que están al servicio de intereses concretos y por lo general, bastante rupestres.
Hablaba de perspectiva: me cuesta explicar Watergate como la aventura de dos heroicos y jóvenes reporteros que, con el apoyo de su valiente editora, "tiraron" al presidente de Estados Unidos (le doy más peso a la fuerza del resentimiento y amargura de "Mr. garganta profunda"). Tampoco me quisiera resignar a la visión simplona acerca de una realidad periodística cuyas coordenadas morales era la visión de "San Julio Scherer" versus Jacobo Zabludovsky en calidad de demonio. En lugar de celebrar el "blanco y negro" intento ver colores y comprender matices.
Al planteamiento "Periodistas y medios no son gestores; son contrapeso de los poderes" ( R. Rivapalacio, junio 25) lo considero un falso dilema: Ni lo uno, ni lo otro. Si me forzaran a intentar una definición para los primeros --periodistas--, optaría por una expresión más humilde; algo así como "testigos profesionales". Sobre lo segundo --medios--, no tengo duda alguna: son negocios.
Con el agravante de que me resulta virtualmente imposible reconocer el ejercicio del periodismo cuando se ejerce desde el oficialismo. Se llama propaganda.
Tampoco pienso que, como buena parte de mis pares, "todo tiempo pasado fue mejor". No es cierto que "en nuestros tiempos sí investigábamos, sí sabíamos escribir, sí teníamos vocación". Estoy plenamente convencido que hoy tenemos acceso a mejores historias en todos los formatos; sobre todo en video.
Los desafíos que enfrentan los periodistas de hoy son diferentes. Quienes ejercimos ese oficio durante el final del siglo pasado lo hicimos con una amplia libertad de expresión y ahí nos quedamos. La profesionalización sigue siendo un gran pendiente, sobre todo en un contexto tan caótico como el actual.
Si un par de comentaristas deportivos pueden reunir cerca de un millón de personas que escuchan su narración de un partido de futbol mientras lo ven por un canal de televisión en modo mute; si un extrovertido locutor tiene en su podcast una audiencia del mismo tamaño que todo The New York Times, estamos ante tiempos muy interesantes.