Aunque maltrecha y bastante magullada, en México sí tenemos democracia. La participación en las urnas de 6 de cada 10 ciudadanos es un suceso más importante que el mal comportamiento de los políticos profesionales y los criminales.
Como en los mejores tiempos del viejo régimen, Morena arrasó: ganó la presidencia de la República, casi todas las gobernaturas (incluida la capital del país) y tendrá mayoría calificada en la Cámara de Diputados y, en la práctica, también en el Senado de la República.
Sin embargo, el hecho es que Claudia Sheinbaum y sus 35 millones de votos representa una tercera parte de la voluntad popular. Esto es, 63 millones de ciudadanos no votaron por ella. Y más desafiante, aún le falta lidiar con la enorme sombra de Andrés Manuel López Obrador, su mentor político y su "80% de popularidad" (según la encuesta de Gallup del 7 de noviembre de 2023).
Por favor no seamos ingenuos, reconozcamos que la disputa por el poder es permanente y que ahora, como en los años dorados del partido de la revolución institucionalizada, las principales batallas ocurrirán dentro del aparato político.
La lucha por la sucesión del 2030 inició a eso de las 7 de la noche del 2 de junio pasado, aunque el banderazo de salida ocurrirá con el nombramiento del gabinete presidencial.
Y tampoco olvidemos que en democracia (como en la vida misma) ninguna victoria es para siempre y ninguna derrota es absoluta. Sinceramente no imagino ni al más bruto de los estrategas de la primera presidenta de México en 200 años, repitiendo la inmortal frase de Taibo II de hace 6 años. Aunque...
Las lecciones del proceso electoral fueron muchas. Polarizar sí funciona. Repartir dinero a dos de cada tres familias, también. Igual, proclamarse de izquierda, teniendo a un lado a los militares y los grandes grupos económicos. Lo mismo, postrarse ante al "imperialismo yanqui", al tiempo que, con la perseverancia de un predicador, cada mañana se auto-victimiza y sataniza a "adversarios" a modo.
Eso, por no hablar de la innegable descomposición al interior de los principales partidos de oposición, que siguen siendo controlados por camarillas verdaderamente impresentables.
Aunque las aguas siguen revueltas --de hecho, supongo que nos espera un interregno con algunos momentos de pesadilla--, me resulta claro que la patria no está en juego.
Ni ante la posible aprobación del Plan C en septiembre. No deberá haber colapso económico, ni revueltas callejeras y tampoco la inauguración del apocalipsis como algunos opositores pregonaban.
Por cierto, vale recordar que otro de los rasgos de una democracia es que no producen milagros. Los resultados del actual sexenio bastarían para demostrarlo.
La disputa por el poder es un proceso fluido. Esto es, los ajustes de cuenta ocurrirán tanto al interior del equipo ganador, como entre los que perdieron. Incluso desde antes
de la jornada electoral había ya jaloneos dentro de las élites. Tres ejemplos:
La operación desde palacio para cacarear, en la víspera de los comicios, la encuesta de noviembre de 2023 que presume una popularidad de un 80% del presidente que ya se va; las "diferencias académicas" entre Lorenzo Córdova y Denise Dreser sobre la definición de una "elección de Estado", o la audacia de quién-sabe-quién de falsificar un pronunciamiento público "golpista" del mismísimo Secretario de la Defensa. Lo dicho: la lucha por sucesión nunca se detiene.
Con Claudia Sheinbaum, o con Xóchitl si hubiera sido el caso, tampoco habrá varita mágica. Gobernar involucra una gran cantidad de grandes factores que condicionan la efectividad --o falta de ella--, de un gobierno. Tres ejemplos:
El gran dilema Americano --¿elegirán como su presidente a un "criminal convicto"?--; cuáles serán los efectos en México del esfuerzo de China por crecer su influencia global, de qué tamaño serán los efectos del ecocidio y las nuevas irrupciones tecnológicas.
Los grandes problemas del país están bastante claros. Resolverlos , o al menos administrarlos, debería ser la preocupación principal de la presidenta y de su equipo, aunque difícilmente lo será, pues parafraseando al clásico con aquello de que, la primera prioridad de un proyecto de poder es la de mantenerse en la cima, resulta previsible que se impondrá la eterna angustia por la siguiente elección.
Aunque es muy probable que viene una breve "luna de miel" entre la presidenta Sheinbaum y amplios grupos sociales --después de todo la democracia sirve para renovar el optimismo--, lo único seguro-seguro es que el conflicto volverá y, sin el carisma de El Peje, entonces sí, la historia la juzgará.