Cuando pienso en lo que pueden significar los libros en la vida de las mujeres, de primera intención, y sin pretender abundar en las comparaciones señaladas por expertos en el tema, vienen a mi mente dos casos históricos: Hipatia de Alejandría y Juana de Asbaje, dos luminosas inteligencias separadas en el tiempo, pero vinculadas por el hecho de que sus respectivas infancias transcurrieron en fantásticas bibliotecas.
Ambas, transgresoras de las prohibiciones que su época les imponía, mujeres extraordinarias tanto como su legado, se han perpetuado en la memoria colectiva a través de los siglos gracias a escritos y libros, los que ellas hicieron y los que cuentan sus historias.
Ellas, como muchas otras conocidas y anónimas, parecen confirmar la sentencia del escritor alemán Stephen Bollman: “Las mujeres que leen son peligrosas”. Por lo menos lo son para quienes creyeron, o creen todavía, que a una mujer se le pueden poner límites.
La lectura es y será siempre el mejor camino hacia el gozo y hacia la libertad, porque independientemente de la forma que eventualmente adopte, el libro nos invita a conocer mundos posibles e imposibles; contiene las respuestas a todas las preguntas; consuela a los tristes y es cómplice de los felices; y calma, aunque sea por un instante y sólo para reavivarla, la inagotable necesidad humana, solamente humana, de saber, de descubrir y de comprender.
Leamos, pues, porque tenemos derecho al placer, a la imaginación, a la poesía, a la ciencia, a la filosofía, al conocimiento; porque tenemos derecho a la independencia y la autonomía, y la lectura es consustancial a la naturaleza de las libres.
Y hagámoslo también porque las mujeres somos las transmisoras de la palabra, y con la palabra, de la cultura; de la noción de lo que somos y de cómo debiera ser el mundo, y de los valores como la honestidad y la solidaridad, así como del sentido de hacer lo correcto, los cuales trazan el camino hacia la paz y la armonía. De ahí que las mujeres seamos el motor del cambio civilizatorio que la sociedad necesita para ser igualitaria, incluyente y justa.
Nos preocupa que niñas, niños y jóvenes no lean. Y sí, es gravísimo… desesperanzador. Pero los lectores no surgen espontáneamente, debe haber un contexto familiar, escolar y social que estimule la formación de lectores. Si queremos que nuestros hijos e hijas lean, leamos nosotras.
En su novela La loca de la Casa, Rosa Montero cuenta haber escuchado decir a la escritora argentina Graciela Cabal que los lectores “tienen la vida más larga que las demás personas, porque no se mueren hasta que no acaban el libro que están leyendo”.
No sé si un lector tenga una vida más larga, pero sí tengo la certeza de que tiene una vida más plena, más intensa y más feliz… Así que, mujeres, a leer.
Carolina Monroy