“…lo que quería era no tener que abrir los ojos”.
José Saramago
Dice el dicho popular que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Mirar, conocer y reconocer la realidad requiere conciencia y voluntad; así como hay una intención clara cuando lo que se desea es no ver, aun teniendo la capacidad y la responsabilidad de hacerlo. Ignorar supinamente lo que sucede en el entorno habla de una indisposición moral para afrontar un estado de cosas, sobre todo cuando en él abundan la incertidumbre, el dolor y la desesperanza. No basta con cerrar los ojos, menos aún los del entendimiento, para borrar el hecho de que en este país nos consume la indolencia frente a sucesos violentos que se han instalado como parte de la cotidianidad: robos y abusos entre vecinos, violencia sexual hacia familiares, injurias continuas en el seno del hogar. Ni qué decir de esa violencia que mata a niñas y niños en sus escuelas, la que desplaza a pueblos enteros y carcome a las comunidades entre el despojo, el temor y el más profundo dolor que precede a la pérdida del sentido de la vida. En serio ¿vamos a cerrar los ojos? ¿Simularemos que no pasa nada? ¿Esa es la solución? ¿Cuándo dejamos de creer en la fraternidad y en la justicia? ¿Cuándo nos deshicimos de los valores universales y dimos la espalda a la empatía, a la solidaridad y a la responsabilidad? Hablo de la responsabilidad social y de la que a cada quien le corresponde para cumplir sus deberes, compromisos y obligaciones con los demás. Cuando fui presidenta municipal de Metepec, Estado de México, la rúbrica de la administración fue 100%Honesto 100%Metepec, concebida como una práctica ética que, más allá del ámbito gubernamental donde se instauró como condición imprescindible del servicio público, llamó a la población a ejercer su ciudadanía a plenitud y a tomar su parte en la construcción de una sociedad movida por la corresponsabilidad. Creo que la honestidad y los valores, sobre todo el de la responsabilidad, nos afinan la mirada para reconocer cuando las cosas no van bien y que se debe actuar con inteligencia, experiencia y convicción en bien de uno mismo y de los demás. Donde falten padres que enderecen la conducta de sus hijos, deben estar los maestros; donde no haya maestros que eduquen y formen a sus estudiantes, debe estar la comunidad para abrazarlos y ayudarlos; donde no haya un gobierno responsable de la paz que merecen sus gobernados, debemos estar todas y todos, en unidad y hermandad. No cerremos los ojos ante la violencia y el sufrimiento, construyamos la paz firme y duradera que necesitamos, pero con hechos no solo con palabras. Dejemos atrás la ceguera porque, como lo escribió José Saramago, “…la ceguera también es esto, vivir en un mundo donde se ha acabado la esperanza”.
Carolina Monroy