El libro Resistir es vencer: historia militar de la Intervención Francesa, 1862-1867, escrito por el historiador Héctor Strobel, especialista en las guerras de la Reforma y la Intervención, dice verdades que no sabíamos sobre dos batallas que ocurrieron por estas fechas, hace más de siglo y medio, en 1862: la del 28 de abril en las Cumbres de Acultzingo y la del 5 de mayo en Puebla. Acaba de salir con el sello de Grano de Sal, en una edición bien cuidada, con ilustraciones atractivas y mapas útiles.
El libro desmitifica la historia del Ejército de la República que enfrentó la Intervención y el Imperio. Los soldados, afirma, eran con frecuencia arrancados de sus pueblos con violencia, por medio de la leva. Eran tratados como prisioneros, para que no escaparan. “Existía una actitud casi de desprecio hacia la tropa, por su propensión a desertar, y a menudo recibía un trato violento”.
La batalla de las Cumbres de Acultzingo, el 28 de abril, fue anunciada como una victoria para la República. No lo fue, dice Héctor Strobel. Muchos de los soldados que participaron fueron reclutados semanas antes con presos de la cárcel y leva en Puebla y Veracruz. Estaban lejos de ser hombres libres que luchaban por la independencia de su país. No recibían paga, dormían a la intemperie, a menudo no comían. “La verdad es que la refriega de las Cumbres de Acultzingo estuvo lejos de ser una victoria y resultó en grandes pérdidas para Zaragoza (…) Sacrificó a más de mil hombres, la mitad de la fuerza que luchó, que aprovecharon el desorden para desertar”.
Tras la dispersión y la derrota, Zaragoza tuvo que buscar refugio en la ciudad de Puebla. Sus soldados necesitaban ser encerrados en cuarteles, para que no desertaran. Muchos habían sido arrebatados de sus pueblos, donde había frialdad y apatía, se quejó Zaragoza con Juárez. La víspera del 5 de mayo hubo reclutamientos forzosos entre hombres de 16 a 60 años en la ciudad, pero hasta los voluntarios eran vigilados. La clave de la victoria fue la resistencia del fuerte de Guadalupe, no tanto por los tetelas y zacapoaxtlas, como dice la leyenda, sino por la disciplina de la artillería del fuerte, “una unidad bien adiestrada con jefes egresados del Colegio Militar”.
La tercera parte del libro está dedicada a las acciones del 5 de mayo y el sitio de Puebla. El final de la guerra es abreviado. Hay un error al decir que “Querétaro cayó el 15 de mayo, tras 71 días de sitio, por la defección del coronel Miguel López, quien permitió el ingreso del Batallón Supremos Poderes a la plaza por el convento de La Cruz”. El coronel López no defeccionó. El propio Mariano Escobedo dio a conocer él mismo los detalles de la toma de Querétaro en un informe publicado por Jorge L. Tamayo en Benito Juárez: documentos, discursos y correspondencia, Secretaría del Patrimonio Nacional, México, 1964-1970, vol. XI, pp.971-982. La noche de la rendición, dijo Escobedo, el coronel López lo buscó a nombre de Maximiliano para decirle que, a las tres de la madrugada, podría disponer de las tropas que mandaba en el panteón del convento de La Cruz, pues el emperador rendiría su espada a las fuerzas de la República. Escobedo había ocultado ese dato en su parte de guerra, donde afirmaba que el enemigo había sido sorprendido por sus fuerzas.
